por Carlos A. Trevisi
Se odia desde la incapacidad de amar.
Los trastornos afectivos que nacen de la
angustia de no poder satisfacer nuestras necesidades básicas, unido al hecho de
que este mundo del sálvese quien pueda
nos trastorna al no poder llevar a cabo los proyectos que impulsan a una vida
mejor más acorde con nuestra forma de
ser, terminan imputando a los que sí lo han
logrado, haciéndolos culpables del desaguisado de nuestra propias vidas.
Una educación que omite lo actitudinal como
recurso para la convivencia, el desapego a los valores que han sido
tradicionalmente factor de unidad -la familia- , la pérdida de un afán creativo,
tampoco logrado por la impartición de una educación de almacenamiento de datos antes
bien que investigativa, y las nuevas tecnologías que nos atomizan a extremos
que ya se denuncian como factores determinantes del ostracismo en el que vamos
cayendo millones de personas, nos impulsan, ante la falta de logros personales, a reflexionar.
Los hechos demuestran, que no todos
cabemos en este mundo. Están los que no llegan a “ser” porque no logran su afán
por “tener”; los que han logrado
tener sin “ser” y lastran sus vidas y la de los demás con egoísmo, y los que no son porque no han visto la realidad tal cual es sino como ellos se la imaginaban.
tener sin “ser” y lastran sus vidas y la de los demás con egoísmo, y los que no son porque no han visto la realidad tal cual es sino como ellos se la imaginaban.
Desgraciadamente prima el tener. En su interés por
acumular riqueza algunos pierden de vista al prójimo. En esa pérdida de reconocimiento el
prójimo desata su odio. No admite sino culpas ajenas. Se siente aplastado,
vituperado. No admite que ha perdido la senda de ser solo porque sigue viviendo
en un mundo que ya no existe; no se ha dado cuenta de que carece de la capacitación
necesaria, tal la velocidad del cambio; que no ha aceptado el desafío por su escasa
voluntad, de su decrepitud intelectual, de su falta de comprensión de una nueva
forma de vida que ya no le regala nada y de la que no es responsable: el poder
lo ha aniquilado, le ha quitado la imaginación para salir adelante.
Es entonces, ante esta falta de salida que se le ofrece,
que comienza a odiar. No tiene nada, no progresa, no sabe qué hacer con sus
hijos, con su vida, se pone violento, exterioriza su desencanto y furia hiriendo
a los más allegados, sobre todo a aquellos que han logrado sobrevivir (no digo tener
éxito, solo sobrevivir); se junta con otros desgraciados que carecen de fuerza
para salir adelante, se consuela ante la falta de salida repudiando a todo el mundo.
A diferencia del mundo que ha quedado atrás, donde el
peligro era la escasez –la falta de lo necesario para salir adelante enfrentaba a la gente entre sí y donde la miseria ponía a la
gente en común- no había nada para nadie-, ahora, al habernos atomizado, ya no
hay puesta en común, no hay con quién coincidir para recrear nuevas circunstancias
que nos permitan salir adelante. Se rompe toda la estructura que sostenía
nuestras vidas y no tenemos a quién acudir.
La desesperación se hace con nosotros y el odio comienza a primar
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