por Benito
Gorgonio de Miguel
(del Consejo
de Gobierno de la Sociedad Internacional para el Desarrollo)
El acceso al desarrollo.
De qué se trata
Estamos
convencidos de que la Visión del mundo desarrollado (en general, el “Norte”)
acerca de cómo encarar el acceso al
Desarrollo desde los países subdesarrollados (en general, el “Sur”), adolece a
la vez de astigmatismo y miopía, es decir, está sensiblemente distorsionada.
Nos parece
que esa distorsión tiene origen en que sus formuladores son distinguidas
personalidades del mundo desarrollado (el “Norte”), que dan por resuelto el
núcleo duro de la cuestión del Desarrollo: producir la sinergia política,
económica, social y cultural que permita resolver el conflicto, produciendo el
“salto cualitativo” que caracteriza el acceso al estadio desarrollado.
Al situarse
directamente en ese estadio (que corresponde a su propia realidad histórica),
distinguen claramente importantes cuestiones no resueltas, tales como derechos
humanos (sobre todo de minorías), migraciones, medio ambiente, género,
nacionalismos, adicciones, terrorismo, etc., que los afectan crecientemente,
aunque seguramente las encauzarán más temprano que tarde. Adicionalmente, dada
la buena conciencia que caracteriza a tales distinguidas personalidades,
observan certeramente las innumerables lacras propias del subdesarrollo:
hambre, desnutrición, hacinamiento, insalubridad, ausencia de justicia,
desamparo social, en fin, valor casi nulo para la vida humana, lacras que se
suman a las cuestiones no resueltas mencionadas más arriba.
Llegados a
este punto, es donde se produce un error de diagnóstico que arrastra todas las
acciones consecuentes: se adopta un diagnóstico global y se elaboran, con
recursos humanos, técnicos y científicos de primer nivel, acciones que
responden a estrategias también globales. Como mínimo, sostenemos que son
necesarios diagnósticos diferenciados para el Norte y para el Sur; más aún (y
de ahí lo de “mínimo”), en el Sur parece necesario particularizar todavía más,
distinguiendo formaciones capitalistas (aunque periféricas) de otras que apenas
pueden caracterizarse como pre capitalistas.
Señalaremos
sin demoras los rasgos principales que debiera reunir la Visión desde el Sur,
junto con la descripción de la Misión que se desprende de la misma.
Ante todo,
aparece el obstáculo que representa la diversidad de concepciones acerca del
Desarrollo (incluida la negación de la misma que postula, desde una más que
justificada desesperación, la muy estimada intelectual del África Oriental,
Rasna Warah). Sin embargo, ese obstáculo puede salvarse mediante un artificio
intelectual: postulemos para las sociedades del Sur el acceso a un estadio
caracterizado por un conjunto mínimo de calidades de vida. Estamos hablando de
alimento, vestido, habitación, salud, educación, cultura, esparcimiento,
jubilación, seguros, justicia, seguridad pública, alta empleabilidad, vacación
reparadora, retribución suficiente, todas ellas dentro de un marco de
libertades políticas y derechos humanos, que les permitan auto determinarse y
tener chances razonables de construir su propio futuro. Esta es la Visión.
Observemos
que en los países subdesarrollados, el Sistema Establecido se articula con su
similar mundial para sostener un sistema general de relación y funcionamiento,
que lleva directamente a la desintegración nacional de esos países. Esa fuerza
objetiva de disgregación se fortalece con la inercia cultural producto de
siglos de subdesarrollo.
La colisión
entre el impulso al Desarrollo, que es auténticamente tal cuando integra, con
la fuerza de disgregación, es inevitable. Entonces, la Misión se perfila
naturalmente: resolver la contradicción “Desintegración/Desarrollo” mediante
una síntesis superadora de impronta nacional.
Para asumir
la Misión, necesitamos identificar los elementos imprescindibles para su
realización. En primer lugar, un Gobierno nacional consciente del “qué hacer” y
en posesión plena de todas las capacidades del Estado. Su protagonismo es
insustituible, pues el desarrollo ha sido nacional o no ha sido, y nada hace
suponer una posibilidad distinta. Ese protagonismo es reclamado por la
naturaleza del conflicto a afrontar y por la conmoción cultural que conlleva:
implica un verdadero “esfuerzo de guerra” para las sociedades que lo encaran y
también una brutal confrontación de intereses, de la misma dimensión y
complejidad que requiere una guerra externa. Todas las fuerzas de la Nación
deben ser pivoteadas por el Gobierno a cargo del Estado Nacional, a partir de
un nivel crítico de conciencia y de un gran acuerdo de naturaleza esencialmente
política, aunque se verifica prácticamente en el terreno económico. Pero
establecer un Gobierno de esas características exige la elaboración de una
propuesta integradora probada reiteradamente, la articulación de una coalición
política adecuada que la instale en la opinión pública y la utilice como
tractor para recorrer el camino electoral que posibilite y legitime el acceso
al gobierno, así como cuadros de gobierno en cantidad y calidad suficientes.
En segundo
lugar, un Sistema Establecido renovado, capaz de intermediar tanto ante la
comunidad nacional como la internacional, viabilizando una labor de Gobierno
necesariamente compleja. A tales efectos, necesitamos incorporar elementos que
no están, desechar otros tantos y recuperar todos los posibles.
En síntesis,
se trata de un conjunto de grandes labores que articuladas constituyen un
proyecto de desarrollo marco. La gestión de la realización de todas estas
grandes labores es inconcebible sin un instrumento “ad hoc”, diseñado a
propósito, con la estructura, los procedimientos y la imprescindible conciencia
de su misión.
Aspiramos y
exortamos a la construcción de la organización capaz de asumir esa gestión,
encarnando ese instrumento y, a la vez, modificándose en función de aquella
misión. Resulta difícil imaginar labores más importantes y apasionantes para
quienes tienen la voluntad y decisión necesarias para trabajar en una
“organización para el desarrollo”, sin sujeción facciosa alguna y sin otro
objetivo que el “desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre”. Sus
características en tanto organización “ad hoc” merecen ser tratadas por
separado en un memo complementario del presente.
***
Nota del autor: Abundar en Medida de la
contribución de la cultura al bienestar humano.
Los
indicadores culturales del desarrollo:
por Terry
Mckinley
Economista
especializado en desarrollo humano, Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), Oficina para la Política del Desarrollo, División para el
Desarrollo Social y para la Erradicación de la Pobreza, Nueva York (Estados
Unidos).
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