Por Carlos A. Trevisi
Apartado de ´Cuentos cortos y relatos´, por el autor. Editorial LIBRORUM, 2011
Leo
atentamente tus columnas porque la sutileza que anima tus comentarios me dicen
mucho acerca de ti. En este caso no has apelado a los recursos que
habitualmente te distinguen: mordacidad, ironía y demás virtudes que destacan
tu quehacer. Acaso sea porque la educación todavía no ha entrado en la
categoría de aquellos temas que son tan opinables que se pueden abordar
libremente (la política, por ejemplo), y eso te enaltece.
La
educación sistemática está al margen de lo opinable. Las variables que encierra
son o no son, dependiendo su existencia de las circunstancias que animan
a la sociedad en un lugar y un momento determinado: el “hic et nunc” de los
romanos, que algo entendían de “estar” en el lugar indicado en el momento
preciso.
Cuando
Pedro señala que el “problema de la enseñanza es que ni para los niños ni para
los adolescentes lo que se les enseña tiene el más mínimo interés”,
entiendo que se refiere a los contenidos que se imparten, a la
“enseñanza”; y cuando se refiere a que “está muy lejos de sus
intereses y de lo que ellos ya saben que es la realidad” apela a la demanda
educativa que vienen exigiendo desde hace muchos tiempo y a la que nadie ha
dado respuesta: una educación en actitudes.
Los
chicos no necesitan un maestro para saber cuánto mide el Guadarrama: esa
información la conseguirían, de serles necesaria, a toque de tecla en Internet.
Yo nunca
necesité saber si Enrique VIII tuvo cinco o seis mujeres y seguramente de haber
sido así habría conseguido el dato gracias a mi curiosidad y al manejo de
los recursos de que disponía y no por haber apelado a mi memoria de aburrido
escolar atormentado por un cúmulo de contenidos que atiborraban inútilmente mi
memoria.
Podría
interesarles, sin embargo, saber porqué un río huele mal en verano,
información ésta que no encontrarían fácilmente a menos que investigaran el
asunto haciendo uso de su imaginación y una metodología que contemplara
el manejo de los recursos que son menester para tal búsqueda.
Si se
trata de enseñar contenidos –cuánto mide el Tajo– , exigiremos memoria; si de
aprender a descubrir, abriremos puertas para que sepan seleccionar
cuidadosamente de entre la inclemente cantidad de información que los
asedia.
Así
iniciarán un proceso que parte de la selección de datos, continúa con su
procesamiento y finaliza con la elaboración de una estrategia que les
permita llegar al conocimiento. En el camino ampliarán sus saberes: Descubrirán
contenidos secundarios, no todos conducentes aunque algunos de gran
utilidad. Enlazados que sean se encadenarán nuevos interrogantes que
habrán de impulsarlos a investigar la contaminación de los ríos, del mar,
del medio ambiente, y hasta iniciarse en lo ecológico como tema candente de
actualidad.
Esta
arborescencia es suya. Nadie les ha “enseñado”, como no sea a administrar los
recursos, el material, los medios y el manejo del entramado para que no se
pierda en la búsqueda.
Hablas
de forzarlos. Nuestra integridad como seres humanos cuenta con la voluntad como
factor determinante del encuentro del hombre consigo mismo. Es menester
forjarla. Eso requiere esfuerzo, empeño, dedicación. ¿No te parece que
forzarlos como tú sugieres es mucho más simple atendiendo sus intereses que los
de una brutal antipedagógica, añosa y prepotente “enseñanza?.
El mundo
me va diciendo que el asunto no es enseñar ni educar, es educarse, que “nos
educamos” todos a la vez, cada cual aportando lo suyo, dando, pero sobre todas
las cosas dándonos.
Un
cordial saludo
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