viernes, 11 de diciembre de 2015

NUESTRA HERENCIA

Carlos A. Trevisi

Los  países mediterráneos de Europa somos herederos de la cultura grecorromana. Se podrá decir que toda Europa es heredera de esa cultura, y es acertado el juicio. Las diferencias que hay entre unos y otros -los mediterráneos y los del norte de Europa- radican en el hecho de que el norte se configuró socialmente a partir de comunidades que se consolidaron, desde la Reforma, como fraternidades que cementaban las instituciones de aquellos países a partir de una sólida comunión de sus gentes con el cristianismo. De ahí la solidez institucional que las ha asistido desde siempre.
El hombre despertó a su individualidad con el Renacimiento, descubrió su intimidad.  Hasta ese momento su conciencia se estructuraba a partir de patrones en los que reinaba el absoluto de la Iglesia, ya para entonces más preocupada por sus quehaceres de estado que por transmitir el mensaje de Cristo.
Los países mediterráneos no alcanzaron a constituirse en comunidades porque la Iglesia, tan connivente con la política -todo lo contrario del cristianismo que surgió con la Reforma- , se constituyó en una institución más y su prodigalidad fue en orden al ejercicio del poder antes bien que al de la organización comunitaria. La Iglesia no supo, no pudo alentar comunidades con vocación fraterna porque su objetivo fue institucional: uniformar las conciencias a partir del templo.
La organicidad del norte de Europa primó sobre el sometimiento al que la Iglesia, aliada del poder, sometió la voluntad, la libertad y hasta la inteligencia de la gente en nuestros países. Iberoamérica fue también presa de las mismas circunstancias. El florecimiento de las ciencias, del comercio, de los saberes distinguidos, y hasta de los recursos para la guerra han pertenecido desde siempre a las corrientes que se alineaban  detrás de los grandes pensadores del norte.
Así, sucedió lo que tenía que suceder. Impusieron lo suyo. Floreció una civilización que nos es ajena. Una civilización en las que nuestros excepcionales valores son una curiosidad. El mundo marcha por otro camino. No tenemos fuerza ni para imponer las grandes virtudes que alientan la vida y la hacen digna de ser vivida. Nos hemos dejado aplastar. La Iglesia Vaticana, cuyos rezagadas legiones están al mando de una jerarquía atrasada, imprudente y jactanciosa, también cayó ante la fuerza de una civilización que no nos pertenece.
Tenemos que asumirnos responsables del descalabro. Hay que poner en acto algo más que ácidas críticas. Si no lo hacemos tendremos un destino incierto, a la deriva. 

(Ver ¿Cultura? / ¿Civilización? / Iglesia)

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