Se estudia la historia para abordar a la gente y sus circunstancias en cada uno de sus momentos. La información que nos pueden aportar siglos como el IXX, por referirme a una etapa que ha marcado decididamente aconteceres posteriores, son significativos en tanto referentes ineludibles de la vida que les tocó vivir.
Si bien la electricidad fue un descubrimiento maravilloso -como tantos otros de ese siglo-, asumir su importancia ofreciendo datos que escapan al interés de la historia es banalizar la razón de ser de su estudio.
Solo una vez analizadas las circunstancias en las que se desenvolvía la vida en todos los ámbitos -el doméstico, el familiar, el educativo, la salud, la justicia, el trabajo, la política, las libertades-, recién entonces, se deben abordar las causas que las impulsaban.
Los hombres somos el eje de la historia. El entusiasmo que ponemos en las circunstancias por las que atraviesan nuestras vidas cierra el paso a una justa evaluación de cómo vivimos y del momento que nos toca vivir.
¿Hasta dónde se puede glorificar una Inglaterra decimonónica cuyos habitantes estaban sometidos a las escaseces más brutales, a la indigencia más cruel? ¿Acaso por sus descubrimientos, por sus inventos, por su productividad? Los beneficios económicos que trajo aparejados la industrialización por la producción masiva de bienes, el comercio y demás deberían estudiarse desde la gente que los disfrutó o padeció y, recién entonces aludir al progreso para poder descubrir los trastornos que provocaron o las ventajas que otorgaron a sus vidas.
Dickens, a quien invito a que leamos, ha puesto en blanco sobre negro las injusticias sociales que esas generaciones padecieron.
Pero no acabaron allí ni entonces.
A la luz de las miserias tan cercanas que estamos pasando hoy día y de las grandezas que glorificaron nuestro crecimiento (que nos hizo olvidar la decrepitud de otros mundos que se morían de hambre), ¿ha valido la pena, considerando el atropello que desde el siglo IXX y hasta nuestros días sigue aplastando chicos y pobres por doquier? ¿No sería conveniente y sobre todo necesario a esta altura del mundo que volcáramos buena parte de nuestros saberes no tanto a repetir grandielocuentemente el valor que tuvo el motor a explosión o la máquina de vapor, sino a tratar de explicarnos porqué no hemos sabido capitalizar tanta creación para conseguir un progreso sostenido que llegara a todos los hombres?
¿No sería necesario que vinculáramos los horrores de antaño con los que padecemos hoy día y aprendiéramos a modificar las variables de modo de APROVECHAR LA DILIGENCIA OPERATIVA DE ESTA REVOLUCIÓN DIGITAL QUE ESTAMOS VIVIENDO?
Contar la historia como un cuento lleno de fantasías ya no nos sirve. Los jóvenes han descubierto una realidad que no tiene nada que ver con Maltus ni con la electricidad: al primero no lo conocen y a la segunda la usan. Sus valores no son tan rimbombantes como los que se nos impusieron a nosotros; son valores que se pueden poner en acto.
Ya no trabajan para Cáritas: son Cáritas y se van al África a acompañar a los que en verdad necesitan.
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