Según se planteó hace ya 10 años las circunstancias eran poco favorables respecto de las carreras humanistas en el contexto del Plan Bolonia. Fue lamentable que se insistiera en ello. Hoy día es practicamente inapelable que el desinterés por las humanidades haya cundido hasta en la educación media. Los últimos acontecimientos que dieron por tierra con el gobierno del PP abren una puerta para retomar una senda que vuelva a una etapa de confluencia entre las humanidades y los nuevos recursos que nos ofrecen las nuevas tecnologías. (Carlos A Trevisi)
El Plan Bolonia
2008
El
desprestigio de la política y de los políticos se debe casi exclusivamente al
hecho de que el sistema que impulsa a la acción no se corresponde con la
realidad. Es tal la rapidez con que se precipitan los acontecimientos que no
hay tiempo para hurgar en los planos ocultos de la realidad, que exigen
una profunda reflexión que abarque la mayor cantidad posible de variables
(y vaya esto en el mejor de los casos, que si hilamos fino…). De ahí que
seguramente haya caído en desuso aquello de que la educación es demasiado
importante para quedar en manos de los maestros.
Un
programa de televisión que aborda distintos temas de actualidad presentó a
cuatro políticos representantes de otros tantos partidos a debatir sobre el
tema Bolonia.
Hubo coincidencias respecto de las nuevas posibilidades que se brindan a los
estudiantes (asistir libremente a cualquier universidad europea -comenzando la
carrera en un país y terminando en otro, por ejemplo); se habló de la
existencia de antiguos planes aún en vigencia que autorizan alternancias
parecidas pero que no satisfacen tan integralmente sus aspiraciones (Erasmus),
etc.
Un tema, sin embargo, nada “light”, en el que coincidieron to-dos -una
profesora universitaria del PSOE y uno de igual ocu-pación del PP, en los que
primaba su condición de políticos- , habría exigido una reflexión más profunda
y marcado con claridad las diferencias entre ambos.
Se trataba de
reivindicar una necesidad que ya la universidad argentina de la década del
sesenta había puesto en marcha: insertar la Universidad en la sociedad
favoreciendo estudios que sirvieran a los intereses de las empresas de modo que a
través de la especialización no sólo se encontrara una salida laboral a los
estudiantes, sino que las empresas contaran con gente que por
"pertenecer" al medio se consustanciaría mejor.
Con todo que es de
dudosa importancia lo que manifiestan, podría aceptarse como marco. Lo grave
fue que no supieron explicar -pese a que se planteó el asunto- qué pasaría con
las carreras de humanidades a las que, poco más o menos, se las invitaba
a seguir adelante como en la actualidad, no sin antes dejar en claro que habría
carreras que desaparecerían porque la misma demanda de los estudiantes, aún hoy
día va dejando desiertas más de una de ellas; o que los tales profesores de la
tertulia (¿políticos?) no dieran razones de fondo para plantear objetivamente
las reservas que exige una adhesión a Bolonia.
Esto de restar
importancia a las humanidades no es achacable al sistema universitario, que
tiene su atraso –no podemos omitir que las universidades españolas son
paquidérmicas y con esa “agilidad” no es extraño que no figure ninguna de ellas
entre las cien mejores universidades del mundo- sino más bien al desborde
social propio de un país que en treinta años se ha enriquecido de tal modo que
sus jóvenes han perdido el rumbo hacia el conocimiento y se han dedicado a
hacer dinero.
Si hoy día deserta
uno de cada tres universitarios no será porque la universidad no funciona sino
porque nuestros jóvenes viven una vida despreocupada de los valores
que tendrían que alimentar su voluntad y su inteligencia (de ahí entre otras
cosas que las mujeres, no imbuidas aún de esa necesidad de hacer dinero,
hayan copado el “mercado” universitario y cuantita-tivamente superen a
los varones en número de graduados).
Tampoco es de
descartar que las PYMES, que representan el 80 % del PIB español estén en manos
de gente lista pero sin preparación, que ha sabido encausarlas en épocas de
bonanza aunque sin la vitalidad necesaria para la prospección de un
devenir no muy lejano. El hecho es que tales escaseces no las autorizan a
participar de los cambios tan profundos que se están operando si no encaran una
reforma productiva que no saben cómo llevar a cabo y para la cual, por
temor a perder el control de su “creación”, excepcionalmente buscarían
ayuda profesional universitaria.
Así, la demanda de
universitarios quedaría en el ámbito de ese 20 % restante que representan las
grandes empresas transnacionalizadas, que contratarían a sus ejecutivos
junior allá donde se instalaran. En este punto se podría asegurar, sin un gran margen
de error, que difícilmente contraten españolitos hasta que no asumamos que una
de las más terribles fallas de su formación radica en que no saben inglés,
detalle al que no se aludió en ningún momento durante la entrevista y que tiene
tela para cortar, porque, entre otras cosas, sólo los colegios privados imparten un buen nivel de
lengua inglesa.
La universidad no es
sólo para aprender medicina, química o derecho. Le cabe la obligación de
ofrecer una educación epistemológica para crear universos reflexivos que
apunten al saber antes bien que a cómo fabricar tornillos o administrar una
empresa. La postura que sostenían los profesores invitados al programa era la
de condicionar esos saberes a las necesidades de la empresa que, eventualmente,
hasta “subvencionarían” carreras. Así, se me ocurre con mordacidad, habría estudios superiores en tornillos, válvulas de coches, ordenadores,
teléfonos móviles… pero difícilmente facultades de ciencias sociales.
Las sucesivas
circunstancias que han empujado al mundo a esta nueva catástrofe
económico-financiera que estamos viviendo exige ir a las fuentes, porque no es
cuestión de que no sepamos defendernos ante tamaño atropello. La estafa por 50
mil millones de dólares que perpetró Madoff en EE.UU. es operativamente tan
antigua que mete miedo. Eso de la “pirámide” lo hace cualquier Manolito como el
amiguito de Mafalda. Y nadie se dio cuenta (¿nadie?) ¿Cómo es posible
que ese canalla prometiera un 100% de interés a tres meses de realizada la
inversión? ¿Sabrán estos profesores invitados al programa que los paraísos
fiscales guardan 3 billones de dólares -3 billones, con 12 ceros- de
dinero negro que no tributa y que baja, según las circunstancias, (drogas,
armamentismo) aquí o acullá para seguir acumulando más millones y
millones?
Las empresas ya no
tienen ni autonomía económica ni financiera. Los bancos son sus socios
principales y , en su legítima búsqueda por ganar dinero (porque es legítima,
mal que nos pese) son ellos los que eligen los productos que necesita el
mercado: cómo tienen que ser (o no ser), cuándo deben aparecer (y cuándo
desaparecer); dónde tienen que comercializarse (y dónde no); a qué precios, y
demás. Se acabó la época en que Henry Ford levantaba una fábrica de autos sin
contar para nada con los bancos, a los que jamás pidió un dólar prestado. Hoy
día para conseguir un crédito lo que le importa al banco es que el proyecto
satisfaga sus intereses; si no fuera así no hay
crédito y, consecuentemente, no hay producto. El paradigma de esta miseria son
las empresas farmacéuticas (os ruego visitéis “La salud no es un derecho” en http://www. fundacionemiliamariatrevisi.com/articulosdeopinion/poli6b.htm
La gravedad de esto
radica en el hecho de que esta compla-cencia con Bolonia en los términos actuales
de aplicación puede perjudicar seriamente a la universidad pública, privando a
la sociedad, a la que pretende defender, de valores esenciales que únicamente
aquella puede brindar: nadie “monta” una universidad con la mira puesta en la
sociedad y, aún si así fuera, llegado el momento, sus circunstancias
financieras y necesidad de supervivencia tirarían por la borda sus mejores
intenciones.
Todo indica que el
afán por “pertenecer” nos arroja en manos de Bolonia sin haber lavado la
ropa sucia antes. Hay estadios que no se pueden saltar, a menos que aspiremos a
una universidad “cocacola”, en la que el envase vale más que el contenido.
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