Lucila Rodríguez
Directora de la Fundación PorCausa
Directora de la Fundación PorCausa
Defíname pobreza. En serio, piense un momento y mentalmente defíname que entiende usted por pobreza.
La RAE, entiende por pobreza la cualidad del pobre, y el pobre es aquel que no tiene para vivir. Vaya, ahora el debate es saber que necesita una persona para vivir. Empecemos por lo básico; comida y agua. Pero, ¿podría algún vecino suyo vivir sin ropa, o sin gafas si no viera bien, o sin calefacción, o sin cama, colchón o colcha?
Entonces ¿qué es pobreza?
Este pequeño juego es muy importante para entender porque el término pobreza ha complicado los esfuerzos de aquellas personas que han trabajado por conseguir que todas las personas que habitamos este mundo tengamos lo que necesitamos para vivir, vivamos donde vivamos. El término pobreza es tan relativo y tan ambiguo que cuando en España, después de la gran crisis económica de 2008, los índices de pobreza subieron, los que según dichos índices eran pobres no se consideraban pobres a sí mismos. “Pobre es el no tiene para comer. Pobre es el niño de biafra. Yo solo soy una persona que lo está pasando mal.”
Pobreza además es un término que establece un estado del sujeto. Como dice la RAE, pobreza es la cualidad del pobre. Y el pobre siempre es otro. Asociado al concepto de pobreza viene el concepto de caridad. Ayudas a los pobres, que son otros, a que dejen de serlo. La erradicación de la pobreza ha percibido durante mucho tiempo como un objetivo moral, de los que no son pobres para con los que si lo son. De hecho el término pobre se usa compasivamente para adjetivar a alguien que sufre de algo: “pobrecito”.
Sin embargo a finales de los 2000 empezó a emerger con fuerza un nuevo término que redefine el concepto de pobreza, lo amplifica y lo contextualiza: la desigualdad. Este término es tremendamente inclusivo, ya que no se trata un estado del individuo sino que es un estado de la situación que el individuo sufre. La desigualdad genera empatía, entendemos las situaciones relativas y nos sentimos parte de ellas, y por lo tanto cuando luchamos contra la desigualdad luchamos por derechos, no por pena. Como dijo la fantástica Soledad Díaz-Gállego “De pobreza habla Cáritas, de desigualdad habla Harvard”.
La aparición del concepto desigualdad generó en países con rentas medias una serie de tendencias políticas que fueron bien recibidas por la opinión pública. Todo el mundo entendió los informes de Oxfam en los que se explica que el 1% de la población mundial tiene más dinero que la mitad más pobre del planeta. Estos son datos que indignan y abrieron paso al discurso que incluye enfoques que subrayan la importancia vital de los servicios públicos esenciales como la salud o la educación. También permitió introducir conceptos como a lucha contra los paraísos fiscales, puesto que los que más tienen deben pagar por lo menos lo mismo que los que no tienen tanto. La lucha contra la desigualdad se tradujo en una lucha por los derechos universales que nos afecta a todos.
Desde hace unos pocos años se habla menos de la pobreza y de la desigualdad, en términos relativos a lo que el individuo necesita para vivir. Eso es porque nos afecta menos, las consecuencias de la crisis empiezan remitir; y, por desgracia, ya nos hemos acostumbrado a la precariedad, como explica muy bien el informe de Cáritas 2016. Pero no hay que bajar la guardia. Tenemos que recordar cuales son las causas que llevan a muchas personas a situaciones de precariedad extrema. Todavía queda un largo camino por recorrer, según el informe de Oxfam de 2016 el 1% más rico tiene cada vez y la mitad más pobre cada vez menos, y eso está pasando en nuestro país también.
La lucha contra la pobreza y la desigualdad hay que enfocarlas desde la empatía y el sentimiento de pertenencia, no se trata de otros, se trata de todos nosotros, se trata del derecho que tenemos todas las personas a poder vivir.
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