sábado, 17 de septiembre de 2016

MIGUELITO, ¿QUÉ VISTE EN LA "TELE" ANOCHE?

Diálogos educativos
Carlos A Trevisi
PIENSE EL ARTÍCULO EN TÉRMINOS DE POKEMONES, MÓVILES, ORDENADORES Y DEMAS APLICADO A LOS CHICOS DE HOY DÍA (reflexione acerca de  que lo de la "tele" no tiene 50 años, solo apenas 20)

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"En nuestro hogar no se ve televisión", decía un padre de familia en la reunión del AMPA de la escuela donde asistían sus hijos. Dirigiéndose a algunas cabezas que giraron para identificarlo, agregó: "si os parece que estamos locos, decídmelo, no lo tomaré a mal".
En nuestro hogar, reitero, no se ve televisión, continuó el hombre. Nos privamos del gozo de disfrutar de uno de los recursos más preciados de los que dispone el hombre a la vez que del malhumor que nos ocasionaría ver a nuestra descendencia pegada al televisor, incomunicada y envuelta en una nube de ocio improductivo, contemplando estupideces (que una cosa es la televisión y otra el material con el que la "cargan").
No tengo nada en contra de la televisión (me refiero, nada en especial). Es tan envolvente como el fútbol -será por eso que combinan tan bién-, y tan aletargante como una conferencia aburrida, como un sermón preconciliar o como una vaca, bóvido éste que pareciera carecer de sistema nervioso, tal su pasividad.
Sin duda, junto con el coche, la televisión es arquetípica de la civilización que nos toca vivir. Sin embargo, contrariamente a lo que sucede con los coches, la televisión es el paradigma exacto de la contracultura que impone la misma civilización en la que nació.
El coche interactúa con uno; con el tiempo, hasta adopta nuestras formas -por eso se nota cuando otro lo ha manejado; nos lleva y nos trae; nos brinda confort; despierta inquietud; es desafiante; nos hace sufrir, nos deleita, es útil a todos, cualquiera puede conducir un coche -rico, pobre, bruto, inteligente, listo o torpe... todos podemos interactuar con él. Exige tanto de nosotros que si no lo conducimos como se debe hasta nos puede llegar a matar.
La tele, en cambio, al enervar nuestros circuitos vitales, nos somete a la pasividad; no hay interacción posible. Somete nuestra voluntad, enturbia el afecto, coarta la libertad -no nos permite elegir!- y adormece nuestra inteligencia.
Me acuerdo cuando la Guerra del Golfo. Al comenzar la guerra estaban todos los norteamericanos de USA (¿los USAdos? Es curioso, la USA es un país que no autoriza gentilicios, ¿se ha dado cuenta?. Uno no puede decir USAdos, ni USAítas, ni USAínos, ni USAeses... tiene que decir los norteamericanos de USA), los norteamericanos de USA, repito, estaban todos en contra de la guerra. A la semana, gracias a las grandes cadenas de noticias (¿se llamarán "cadenas" porque oprimen?) los "USAdos" cambiaron de idea y estaban totalmente convencidos de que había que hacer desaparecer a Irak.
Más cabezas se agregaron a las que originariamente habían girado hacia el original padre.
Recuerdo también, cómo, más tarde, las nuevas tecnologías nos trajeron a la pantalla unos animalitos virtuales que hasta se morían. Todos los chicos andaban con ellos. "¿Y tú que le das de comer? Yo le doy tres bitios ¿Y tú? El mio es muy comilón, se come un megabitio". Y todos chochos porque el bichito ni meaba, ni..., ni na ! La casa siempre limpia y la mamá de peluquería.
Un día apareció un conde italiano (que previamente había mostrado su exhuberancia mingitoria a una revista que se prodigó en fotos). Mi dios! Qué tamaño ! Y todos locos de la vida porque iban a ver al "animalito" este de cuerpo presente, que de virtual, na!
Y después aparecieron los que se encerraron por cuatro meses. Y todo el mundo a mirar cuando iban al baño a hacer sus cosas.
Y más tarde la guerra que desvastó Yugoslavia y...
En casa no vemos televisión porque no nos interesa la Guerra del Golfo que televisa en directo la NBC: nos interesan los que mueren en la guerra y la razón por la que los matan; tampoco nos interesan los animalitos virtuales: nos interesan los de carne y hueso que, aunque nos caguen la casa y cuando se mueren nos hacen caer unos lagrimones; ni el conde, porque somos alcanzados; ni nos interesa la gente que pierde su libertad por voluntad propia a cambio de unas pesetillas; ni tenemos tan desvalorizado el sentido de la estética como para esperar que vayan al baño a ver cómo hacen lo que hacen (ni el de la intimidad, gran conquista que deberíamos agradecer al Renacimiento...(¿Rena...qué?.
Si aún estáis dispuestos a seguir escuchando, os voy a contar qué hacemos en casa en lugar de ver televisión.
Tenemos un televisor que nos permite, conectado a un video, ver películas. Comentamos con nuestros hijos la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, la España del franquismo, los movimientos rockeros, las luchas de los marginales por incorporarse a este mundo que la mayoría de la gente "como uno" cree que le pertenece exclusivamente, la inmigración, el abuso del poder económico, comedias...
Descubrimos a Woody Allen, a Borges, a Hitchcock, a Humphry Bogart ...
En otras ocasiones jugamos a las cartas, discutimos, nos peleamos, comentamos las jornadas de cada uno, intercambiamos experiencias, leemos algún artículo del periódico, escuchamos música, hacemos deberes de matemáticas, de historia... y a las doce de la noche nos vamos a dormir.
Comparto con vosotros, no obstante, que apoltronarse a ver programas de entretenimientos es mucho más cómodo, sobre todo si cada uno elige el suyo y se ensimisma en su preferencia sin que nadie moleste: papá en el salón a ver fútbol; mamá en su cuarto a ver una película y los chicos en su dormitorio a ver un programa cachondo.
Gracias a Dios los abuelos están en la residencia, que si no, menudo muestrario.

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