jueves, 21 de agosto de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LA IMBECILIDAD

Reflexión sobre la imbecilidad

Se es imbécil cuando desde la planicie de la percepción se aspira a las alturas de las exigencias que impone el conocimiento (que no del saber, que ya son palabras mayores), y la tal aspiración se pone en acto.
 
El imbécil parte de la equivocación de que los demás son en él, rompiendo con la vieja tradición judeo-cristiana de que el encuentro se produce a partir de la necesidad de ser en los demás. Al no poder con la relación, el imbécil descarta la alteridad y torna el diálogo en un alienante monólogo. Así, ni ve el mundo, porque en su ostracismo no se anima a mirarlo, ni se ve en el mundo, porque su estrechez de miras le impide la amplitud que es menester para abarcar y la apertura necesaria para dejarse abarcar.
 
Clasifíqueselos como se los clasificare, los imbéciles disfrutan del privilegio de haber forjado una tenacidad que está en relación directa con la minusvalía que los acosa: cuanto más imbéciles más tenaces.
Un imbécil jamás ceja en su empeño didáctico por ornamentar vidas ajenas con conocimientos tan relevantes como saber dónde se come el mejor asado, porqué un vino mendocino es más espeso que un vino de San Juan  o por explicar solemnemente los beneficios que encierra el armado de casitas con cerillas. Admite y sostiene la vigencia de las cosas –a las que vive aferrado- con un criterio cuántico: si la gran mayoría los acepta, pues nada, así ha de ser.  Cualquier interpretación subjetiva que ponga en tela de juicio su verdad lo altera hasta el enfrentamiento. Incapaz de rebatir ideas (su saber meramente libresco no lo autoriza), en el desacuerdo, descalifica a su circunstancial víctima; sin embargo, es un derroche de generosidad personal en el acuerdo: se atribuye toda la verdad. Categórico en la condena, pisa al caído, atribuyéndole la entera responsabilidad de su derrota; no se queda atrás en su deprecio por el que tiene éxito, de quien siempre sospecha.
 

Imbéciles hay, en cambio, que, con todo que les caben las generales de la ley -son plenamente inconscientes de su imbecilidad-, son mansos y cordiales: hasta da la sensación de que tienen asumida la diferencia que los caracteriza. Se entregan a los demás y es tal su amplitud que se prestan a todo. Son diligentes, no discuten, no condenan a nadie y al contrario del otro imbécil, que no sirve para nada, estos hacen la casita con cerillas, se la muestran a todo el mundo y, a lo sumo, invitan a que otros lo hagan porque quedan muy bonitas. 

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