Domingo, 7
de septiembre de 2014
LOS NACIONALISMOS Y LA REALIDAD Por Carlos A. Trevisi
“Lenguaje quiere decir residencia en
una realidad" (Julio Cortázar)
La espiritualidad que atesora la gente no puede limitarse al
espacio que habita.
A partir de esta conclusión, han comenzado a fluir en mi las varias razones que dan por tierra con el nacionalismo. Ser nacionalista en estos términos es encriptar en un espacio determinado los valores que encierra una forma de vida que acrecentaría su riqueza si excediera el marco del espacio donde se forjó.
A partir de esta conclusión, han comenzado a fluir en mi las varias razones que dan por tierra con el nacionalismo. Ser nacionalista en estos términos es encriptar en un espacio determinado los valores que encierra una forma de vida que acrecentaría su riqueza si excediera el marco del espacio donde se forjó.
La realidad, sobre todo en este mundo de la globalización, está
más allá de las fronteras del propio país. Vivimos todos una misma realidad de
la que tendremos que extraer algo más que perceptivamente todo aquello que
colabore con nuestros proyectos y, a la vez, aportar todo lo que somos para
enriquecerla.
En lo personal “resido" en el lenguaje del Río de la Plata.
Viene conmigo en la certeza de que resume mis raíces: mi barrio de pequeño, las
mariposas que sobrevolaban el jardín de mi casa paterna, el policía de la
esquina; la estación de ferrocarril, la devoción que tenían por mi mis tíos,
mis abuelos, y mis padres; los amiguetes del barrio, el colegio, la bicicleta,
mi primo Ungué, el colegio inglés, el fútbol...; Buenos Aires, la gran ciudad
que comencé a frecuentar como estudiante del Nacional de Buenos Aires; mis
profesores, la calle Bolívar, la Plaza de Mayo, el bombardeo al que se la
sometió para derrocar a Perón, el teatro General San Martín, Puerto Madero, la
calle Florida, las librerías de la calle Corrientes, el Tortoni, el tranvía,
mis primeros amores, "El Querandí", un bar cercano, la Cámara del
Libro, la "colimba" (mili) en la Policía federal y mis primeros
trabajos como docente, el colegio Euskal-Echea y los desastres que
sobrevinieron en la Argentina que me empujaron a luchar en todos los frentes:
una villa miseria, en política, dentro de la Iglesia, como taxista,
haciendo teatro, contra la imbecilidad de un sistema caduco en el ámbito
de la educación y qué no.
Todo eso habita en mi lenguaje. En España la gente se asombra
porque no he adoptado ni el vocabulario ni los modismos de la lengua española
pese a mis 20 años de radicado. Mi
lenguaje sigue viviendo en mi. Esa residencia en él me autoriza a seguir siendo
yo mismo. Desde aquel pibe que correteaba por Lomas de Zamora hasta este hombre
mayor que soy hoy día han transcurrido varias décadas, muchas diría, tantas
cuantas alegrías y sinsabores, pero sigo habitando Buenos Aires, hablo y
escribo en su lenguaje. Esto me ha permitido adentrarme en la gran realidad del
mundo a la que he aportado todo lo bueno que tiene mi residencia permanente en
él y nutrirme de todos los valores que me ha regalado.
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