lunes, 20 de julio de 2015

EL CONCILIO DE TRENTO Y EL ARTE BARROCO

El Concilio de Trento y el arte del Barroco

 

En 1517 un monje agustino llamado Martín Lutero, lanzó el desafío más grande que hasta entonces nadie había osado lanzar a la poderosa Iglesia Católica de Roma. La respuesta al mismo llegó tarde y mal. La reunión del concilio, reclamada inútilmente por algunos, como el propio emperador Carlos, no se produciría hasta 1545, en Trento, una ciudad del norte de Italia.


El Concilio de Trento pretendía reparar aquella grieta abierta en la cristiandad, pero no sólo llegó tarde, sino que fue interminable. Sus sesiones concluyeron dieciocho años más tarde, en 1563. Durante aquel tiempo hubo diferentes interrupciones, se sucedieron cinco papas, tres de ellos, Paulo III, Julio III y Pío IV, convocaron sesiones del mismo, mientras que otros dos, Marcelo II y Pablo IV ni siquiera lo hicieron, si bien es cierto, que Marcelo II sólo rigió la iglesia durante un año. Con este panorama a quién puede extrañar que el Concilio se cerrara con un rotundo fracaso, al menos en el intento de restablecer la unidad de la Cristiandad.
De sus sesiones salió la Reforma católica o Contrarreforma, y su influencia se mantuvo en la vida y en la estructura de la iglesia católica hasta el Concilio Vaticano II. Durante las mismas se elaboraron algunos decretos que tendrían consecuencias para el desarrollo del arte durante los siglos XVI y XVII en los países católicos. El grueso de las mismas se recoge en la sesión XXV del Concilio, desarrollada durante los días 3 y 4 de diciembre de 1563, y en ellas se adoptaron importantes decisiones en cuanto al culto a las imágenes, a las que se oponían tenazmente los reformistas protestantes. Respecto a ello, la Iglesia Católica se expresó del siguiente modo:

"Además de esto, declara que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas; de suerte, que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen: todo lo cual es lo que se halla establecido en los decretos de los concilios, y en especial en los del segundo Niceno contra los impugnadores de las imágenes.
Enseñen con esmero los Obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad. Y si alguno enseñare, o sintiere lo contrario a estos decretos, sea excomulgado. Mas si se hubieren introducido algunos abusos en estas santas y saludables prácticas, desea ardientemente el santo Concilio que se exterminen de todo punto; de suerte que no se coloquen imágenes algunas de falsos dogmas, ni que den ocasión a los rudos de peligrosos errores. Y si aconteciere que se expresen y figuren en alguna ocasión historias y narraciones de la sagrada Escritura, por ser estas convenientes a la instrucción de la ignorante plebe; enséñese al pueblo que esto no es copiar la divinidad, como si fuera posible que se viese esta con ojos corporales, o pudiese expresarse con colores o figuras. Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandaloa; ni abusen tampoco los hombres de las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener convitonas, ni embriagueces: como si el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los días de fiesta en honor de los santos. Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia en este punto, que nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la casa de Dios la santidad. Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el santo Concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en lugar ninguno, ni iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo".
CONCILIO DE TRENTO, sesión XXV, La invocación, veneración y reliquias de los santos y de las sagradas imágenes (1653). Biblioteca Electrónica Cristiana )
De la lectura del documento puede desprenderse que para la iglesia católica, el arte se convertía, una vez más, en un instrumento de propaganda al servicio de la fe, a través del cual había que estimular la piedad y la devoción en los fieles, conmoverlos, ese era el mensaje que había de transmitirse. 
Para ello se les pedía a los artistas que el arte fuera comprendido con facilidad por las personas del pueblo, lo que suponía abandonar muchas de las alegorías cultas que hasta entonces se empleaban; contar las historias sagradas centrándose en lo principal y prescindiendo de detalles que distrajesen la atención del asunto; tratar los temas religiosos de forma elevada, es decir, con respeto, que ellos entendían como seguir fielmente los textos bíblicos y sagrados y no otros que hasta entonces también se empleaban, como los evangelios apócrifos, por ejemplo.
En estas decisiones, por tanto, está el origen de muchas de las modificaciones temáticas y plásticas que van a diferenciar el arte barroco del renacentista.
Todas las cuestiones concernientes al gobierno espiritual y de las almas eran debatidas en los Concilios (instituidos a fines del siglo II), siendo el tema de la representación de las imágenes unos de los puntos de mayor significación en las artes, en especial, en la pintura por ser esta la productora directa de dichas imágenes. El Concilio de la Reforma Católica reunido en Trento entre 1545 y 1563 no estuvo exento de estas discusiones ya que, entre otras cosas, lo que la Iglesia necesitaba en esos momentos era un arte relativamente sencillo, dirigido más al ánimo y al sentimiento que al intelecto; es decir, un arte para las masas que acudía a las iglesias. Por tal motivo, había que evitar ante todo, que en las iglesias se exhibiera obras de arte inspiradas en herejías religiosas, los desnudos, el adorno de las imágenes con incitaciones seductoras, las imprecisiones teológicas, todo elemento pagano y secular. El arte eclesiástico se transforma en un arte oficial, juzgándose la obra, sobre todo, por su valor de devoción. Igualmente, los artistas debían realizar sus obras, destinadas a las iglesias, siguiendo las instrucciones de sus consejeros espirituales (asignados por la iglesia) y supervisados por los teólogos. 

La Iglesia Católica tuvo que asumir el difícil papel de poner en funcionamiento los decretos del Concilio de Trento; su acción tomó el nombre de Contrarreforma y fue dirigida por las órdenes religiosas, en especial por los jesuitas. Estos usaron el arte como medio para inducir a las masas a aceptar las verdades enseñadas, en realidad, lo que hizo fue retomar las doctrinas medievales que consideraban que el arte, igual que la filosofía, estaban al servicio de la teología.
La Contrarreforma encuentra en el Barroco su plenitud artística: hay un emocionalismo y un sentimentalismo, un deseo de hurgar en el dolor, en la aflicción, en las heridas y en las lágrimas lo que constituye el sentimiento barroco. La Contrarreforma supo ver en las fuerzas inconscientes y afectivas, no racionales, las nuevas condiciones de lucha, basando la propaganda, mas en la emoción que en el pensamiento; desarrolla un arte religioso barroco, es decir, un arte emotivo, teatral, con gran sentido escenográfico que se vale de la sugestión y del prestigio. Un estilo que combina las artes de la arquitectura, la pintura y la escultura actuando sobre el espectador,



invitándole a participar de las agonías y éxtasis de los santos. 

El concilio de Trento fue la olla del diablo, muchos científicos, artistas y filósofos fueron interrogados por el tribunal de la Santa Inquisición; uno de los interrogados fue el Veronés, el año de 1573, gracias a sus altas y principales amistades se salvo de la muerte. El cuadro que fue renombrado como "La cena de Leví" contenía imágenes no agradables para los "representantes de Cristo en la tierra", después del interrogatorio la "nariz sangrando", detalle de seguro fabuloso, tuvo que ser borrado por el pintor, pero, el perro, el bufón, el papagayo y los alabanderos alemanes quedaron en la pintura.
Lo sorprendente en ese interrogatorio fue el aplomo y seguridad del pintor para responder las preguntas, más allá de sus amistades creo que vale no desmerecer el ingenio del Veronés y sus buenas maneras para exponer su criterio y razones:




Ante el tribunal de la Santa Inquisición (Sábado 18 de julio de 1573)
-El señor Paolo Caliari Veronese, domiciliado en la parroquia de San Manuel, fue citado por el Santo Oficio a compadecer ante el Sagrado Tribunal, y le fueron preguntados nombre y apellido.
Contestó como se consigna arriba.
Se le preguntó su profesión.

R.: Pinto y hago cuadros.
P.: ¿Conocéis la razón de haber sido citado?
R.: No, señores.
P.: ¿Podéis suponerla?
R.: Puedo, seguramente.
P.: Decidnos qué suponéis.
R.: Por la razón que me ha dicho el Reverendo Padre, es decir, el Prior de San Juan y San Pablo, cuyo nombre desconozco, el cual me dijo que había estado aquí y que Vuestra Ilustrísimas Señorías le habían ordenado que me hiciera substituir un perro por una figura de Magdalena. Y yo le contesté que con mucho gusto haría esto o cualquier otra cosa que me reportara crédito o favoreciera a mi pintura, pro que no pensaba que una figura la Magdalena sentara bien allí, por muchas razones que estoy dispuesto a exponer siempre que se me de ocasión.
P.: ¿A que pintura os referís?
R.: A una pintura de la última cena que hizo Jesús con sus apóstoles en casa de Simón.
P.: ¿Donde está esa pintura?
R.: En el refectorio de los frailes de San Juan y San Pablo...
P.: En esa Cena de Nuestro Señor, ¿pintasteis algunos sirvientes?
R.: Si, señores.
P.: Decidnos cuantos y lo que hace cada uno.
R.: Primero, está el dueño de casa, Simón. Después, debajo de esta figura, pinté un mayordomo, que supuse había ido allí por curiosidad, para ver como iban las cosas en la mesa. Hay además otros varios personajes que no recuerdo, porque ya hace tiempo que colgué esta pintura.
P.: ¿Habéis pintado otras Cenas, además de esta?
R.: Si, señores.
P.: ¿Cuantas habéis pintado y donde?
R.: Pinté una en Verona, para los reverendos monjes de San Nazario, que está en su refectorio.

-Dijo: Hice una en el refectorio de los reverendos Padres de San Jorge, aquí en Venecia.
Le dijeron: Esto no es una Cena. Se os pregunta sobre la cena de Nuestro Señor.
R.:Hice una en el refectorio de los Servitas en Venecia, y una en el refectorio de San Sebastián, aquí en Venecia. Y pinté una en Padua para los padre de la Magdalena. Y no recuerdo haber hecho más.
P.: En la Cena que pintasteis en San Juan y San Pablo, ¿qué significa la figura del hombre con la nariz sangrando
R.: La hice representando un criado, cuya nariz, por algún accidente, puede haberse puesto a sangrar.
P.: ¿Que significan aquellos hombres armados, vestidos a la alemana, cada uno con una alabarda en la mano?
R.: Aquí necesito decir unas palabras.
P.: Decidlas.
R.: Nosotros, los pintores, nos tomamos las mismas libertades que los poetas y los locos. Y yo pinté estos dos alabanderos, el uno bebiendo y el otro comiendo junto a la escalera, apostados allí como para cumplir algún servicio, porque me pareció propio que el señor de la casa, que era grande y rico, según me contaron, tuviera tales sirvientes.
P.: este individuo vestido como bufón, con un papagayo en el puño, ¿con que objeto lo pintasteis en la tela?
R.: Como adorno, según se hace a menudo.
P.: ¿Quién está sentado a la mesa con Nuestro Señor?
R.: Lo doce apóstoles.
P.: ¿Qué está haciendo San Pedro, que es el primero?
R.: Está trinchando el cordero, para pasarlo al otro extremo de la mesa.
P.: ¿Qué hace el siguiente?
R.: Presenta un plato para recibir lo que le dé San Pedro.
P.: Decidnos que hace el que sigue.
R.: Tiene un palillo con el que se está mondando los dientes.
P.: ¿Quién creéis que estuvo realmente presente en esta Cena?
R.: Creo que estaban presentes Cristo y sus doce apóstoles, pero si en una pintura quedan espacios vacíos, los adorno con figuras según mi imaginación.
P.: ¿Os encargó alguien que en este cuadro pintarais alemanes, bufones y otras cosas de ese género?
R.: No, señores. Pero me encargaron que adornara el cuadro según mi criterio, y es un cuadro grande, con espacio para muchas figuras, según me pareció.

- Fue interrogado sobre los adornos que él, el pintor, tiene costumbre de introducir en sus cuadros y pinturas murales, si tiene costumbre de hacerlos convenientes y adecuados al tema y a las figuras principales, o si los pinta a capricho, siguiendo los antojos de su fantasía, sin discreción ni juicio.
R.: Hago mis pinturas considerando bien lo que es adecuado, en la medida en que se alcanza la mente.
- Se le preguntó si creía adecuado que en la Última Cena de Nuestro Señor se pintaran bufones, borrachos, alemanes, enanos y payasadas semejantes.
R.: No, señores.
P.: ¿No estáis enterado de que Alemania y otros países infestados de herejía hay costumbre de usar las pinturas extrañas y procaces y las invenciones semejantes para mofarse, escarnecer y ridiculizar las cosas de la Santa Iglesia Católica, con el fin de enseñar la falsa doctrina a los indoctos e ignorantes?
R.: Si, señores. Esto es abominable. Pero yo repetiré lo que he dicho antes, o sea que estoy obligado a seguir lo que hicieron mis predecesores.
P.: ¿Qué hicieron vuestro predecesores?
¿Hicieron jamás algo parecido?
R.:Miguel Ángel, en Roma, en la Capilla Pontificia. Pintó a Nuestro Señor Jesucristo, a su Santísima Madre, San Juan, San Pedro y a la corte celestial todos desnudos, incluso la Virgen María, con poca reverencia.
P.: ¿ No sabéis que al pintar el Juicio Final, en el que se supone que no hay vestidos ni cosas parecidas, no había necesidad de pintar ropajes, y que en estas figuras no hay nada que no sea espiritual, y que no hay bufones, perros, armas ni parecidas payasadas? ¿Y presumís, basándoos en este o cualquier otro ejemplo, de haber hecho bien al pintar este cuadro como está? ¿Y os proponéis defenderos alegando que la pintura es totalmente correcta y decorosa?
R.: Ilustrísimos señores, no. No intento defenderla, pero pienso que yo obré bien. Y no reparé en tantas cosas, no creyendo que hiciera nada incorrecto, tanto más cuanto que las figuras de los bufones están fuera del lugar donde está Nuestro Señor.

-Después de lo cual, Sus Señorías decretaron que el citado señor Paolo fuera requerido y obligado a corregir y enmendar la pintura en cuestión de sus propias expensas y en el plazo de tres meses, a contar desde el día de la sentencia, bajo las penalidades que pudiera imponerle el Sagrado Tribunal.

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