lunes, 19 de enero de 2015

VIDA INTIMA

VIDA ÍNTIMA
Por Carlos A. Trevisi

 A raíz de las declaraciones de una joven que exponía su vida privada   en  Facebook se me ocurrió pensar que entre las muchas novedades  que nos regala el mundo, la posibilidad de que cual-quiera pueda exponer sus intimidades sin reparo, contradecía una de   las conquistas más grandes  de la humanidad: haber tomado conciencia de   que somos uno y únicos  en nosotros mismos y no uno más entre todos.
La líneas que siguen han cobrado vida a partir de las imágenes que un telediario puso a consideración de sus videntes. Se trataba de  un multitud de ciclistas   en "pelota viva" que recorrían Madrid en reclamo de que se les facilitara la circulación por la ciudad para terminar con la polución que provocan los Coches.

Me bastó con ambas noticias para referirme al hecho de que desde aquel humanismo renacentista que nos despertó a la vida, desde aquel puntapié inicial que nos advirtió   que éramos "humanos", poco hemos avanzado.

Es difícil trazar una línea que conecte el pasado  con el presente. Tan difícil como seguir los infinitos meandros que a lo largo de la historia  van atenazando  la verdad con intereses que no responden  a las necesidades del hombre.
El hombre despertó a la vida con el Renacimiento. Fue entonces cuando comenzó a asumir su individualidad y  la intimidad que ésta conlleva. Hasta ese momento su conciencia se estructuraba a partir de patrones en los que reinaba el absoluto de la Iglesia, ya para entonces más preocupada por sus quehaceres de estado que por transmitir el mensaje de su fundador. El Estado Vaticano  controlaba  su existencia a partir de valores que, paradójicamente, el hombre no tenía necesidad de cuestionar: pensaba como la Iglesia, su moral era la de la Iglesia, su afecto y su inteligencia servían a la Iglesia y  su intimidad era la intimidad de  sus congéneres, todos ellos ligados a los mismos patrones; la Iglesia Católica era su mentora de conciencia; su mandante, su amo; la que lo ponía de visita en la vida restándole espacio para poder elegir.
El humanismo renacentista le hizo descubrir su potencialidad. Todo apuntaba a un cambio. Su naturaleza despertaba a la marcha; no ya la naturaleza del mero "ser" que lo ponía de visita en el mundo, sino la del "ser humano" que lo hacía dueño de su destino. Sus potencias se transformaban en actitudes y por primera vez en la historia  lo ponían en ejercicio de su libertad, la única y verdadera, aquella que no tiene más límites que los de la propia conciencia,  aquélla que  se expande en el encuentro con otras libertades.
Esta toma de conciencia, lejos de arroparlo en una descansada vida, lo expulsa del edén de su ignorancia. Le ha llegado el momento de afrontar cambios: los que él mismo se imponga o aquellos derivados del nuevo mundo en el que le toca vivir. Ahora es él mismo. Se le acaba el amparo en el que vivió durante siglos. Las nuevas tecnologías, el comercio, su vida en sociedad no se apoyan en la justicia divina; se remiten a la ley, a la implenitud e imperio de una ley que dictan los poderosos, una ley limitativa porque conlleva implícitamente la idea de que la libertad de cada uno termina donde comienza la de los demás.
Así descubre su derecho a participar y a padecer el dolor de una lucha ímproba. La inclemencia de los shylocks lo acorrala; la usura generalizada se va quedando con sus esfuerzos. Shakespeare lo inmortaliza; Dickens, Víctor Hugo, nuestro Baroja lo cuentan. Millones de seres humanos mueren de hambre; y los gobiernos que miran para otro lado; y los  bancos que se quedan con todo; y un estado que claudica en todos los frentes: la educación, la salud, la seguridad, la justicia... Ése es su mundo.
Todo indica que hemos dilapidado 5 siglos de lucha. Aquel  gran logro que fuera transformar nuestras potencialidades en actos de vida  no fructifica. El sistema impone una escasez que nos enfrenta a unos con otros. Vamos cediendo libertad en beneficio de seguridad; los políticos ceden desvergonzadamente ante el poder económico; los medios nos idiotizan; la educación sigue con los mismos planteamientos que en la Edad Media: "Escuchad lo que se os dice"; la sanidad va cayendo de a poco en manos que manejan inescrupulosamente nuestra salud; la justicia se ha  ideologizado, y la gente, pobrecitos de nosotros, hemos ido perdiendo la capacidad de distinguir lo esencial de lo accesorio y hemos adherido a lo efímero como si cada día de nuestras vidas fuera el último. Así vamos  perdiendo nuestro afán por una  vida en permanente crecimiento. 
Será por eso que andamos en "pelota viva" por la calle y le contamos a medio mundo con todo desparpajo con quién nos acostamos. Al fin y al cabo, ¿qué podemos esperar viviendo como vivimos inmersos en tanta mierda?



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