jueves, 7 de septiembre de 2017

EL TALENTO HA MUERTO ¡VIVA EL TALENTO!

No hay marcha atrás. Liderazgo, innovación, compromiso, desarrollo, valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no son lo que son.

PELLO YABEN SOLCHAGA



LA BOCA DEL LOGO

4 DE SEPTIEMBRE DE 2017

No hay marcha atrás. Liderazgo, innovación, compromiso, desarrollo, valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no son lo que son
PELLO YABEN SOLCHAGA


LA BOCA DEL LOGO

4 DE SEPTIEMBRE DE 2017

Es hora de enfrentarse al talento sin otras armas que las de matar. Ya no valen las palabras, ni las protestas, ni las movilizaciones. Es hora ya de acribillarlo a bocajarro y sin metáforas. Es urgente asesinarlo a sangre fría, sin miramientos. Llegó la hora de matar el talento sin piedad.
Llevo años planificando la matanza, años imaginando la manera de ponerlo contra la pared y vaciar sobre su significado todo el cargador. Balas que llevan inscrito el nombre de millones de personas que sucumbieron a su encanto y luego quedaron solas en esa soledad que sólo conocen quienes han sido despojados de toda esperanza. Quiero ver el talento abatido en el suelo, acribillado a balazos, sangrando por la boca y expulsando de su cuerpo ese mísero hedor a lenguaje empresarial.
Nunca tienen culpa las palabras, sino quienes las usan. Faltaría más. Pero, en las empresas, las palabras ya no son palabras. Son otra cosa: hechizos, abracadabras, conjuros, encantamientos. Así que, a estas alturas, no viene a cuento salvarlas, y no queda otra que ejecutarlas para que dejen de provocar tantas desilusiones profesionales, tanto dolor íntimo y tanta confusión generalizada.

EN LAS EMPRESAS, LAS PALABRAS YA NO SON PALABRAS. SON OTRA COSA: HECHIZOS, ABRACADABRAS, CONJUROS, ENCANTAMIENTOS. ASÍ QUE, A ESTAS ALTURAS, NO VIENE A CUENTO SALVARLAS

El talento es una de esas palabras que han perdido el sentido. Es una loca más en el pabellón de las palabras dementes. Debería desaparecer de las empresas, esos lugares donde las palabras se ven abocadas a decir lo que ellas, las empresas, quieren que digan, donde todo cobra sentido al albur de los negocios, donde toda palabra debe de traer un resultado económico o se verá expulsada sin miramientos del diccionario empresarial.
No hablo aquí del lugar que ocupa el talento en el deporte como destreza técnica, ni en la ciencia como erudición. Hablo del elefante en la cacharrería, es decir, del talento en las empresas. Hasta hace muy poco, una persona con talento era necesariamente un riesgo potencial para una empresa, pues su naturaleza, insobornable por definición, o su compromiso ético, suponían una seria amenaza a cualquier manipulación donde intermediase el parné. Del mismo modo que el talento ético pasó de ser un pleonasmo a un oxímoron, el talento empresarial ha realizado el camino inverso, pasando de ser un oxímoron a un pleonasmo en una maniobra orquestada en las empresas de consultoría estratégica norteamericanas que reinventaron su significado en favor de sus fines y domesticaron así el ímpetu de la palabreja, amansando su destreza y vinculando su destino a ROI, ROIC, EBITDA, PROFIT y otros forajidos de los mercados, consiguiendo finalmente que hasta los más miserables talleres de cualquier polígono industrial olvidado en los arrabales de España compraran la milonga con el entusiasmo de quien se ve apretado por los préstamos y el número y, de pronto, aparece un consultor amigo de un amigo vendiendo management, talent, leadership, culture, values, high potential y otros anglicismos con el beneplácito y la complicidad de la RAE, vendiendo gato por liebre, talento por valía, liderazgo por mando, cultura por adocenamiento y valores por doblez a modo de materiales de repuesto de última (de)generación.

No fueron las palabras las que comenzaron ni esta guerra ni ninguna otra, pues no es posible que lo que se compone de letras elabore por sí solo goma 2. Pero las empresas las han convertido en armamento pesado con el que eliminar al enemigo, que no es otro que la libertad individual o, peor aún, la sociedad ilustrada. ¿Hay acaso mayor despropósito para la sociedad que despojarla de las palabras que quizá, sólo quizá, pudieran salvarla de un devenir inquietante? ¿No debería ser delito arrebatar a las personas el lenguaje que las pudiera llevar hacia un futuro mejor o, al menos, a seguir reflexionando con la neutralidad semántica que cualquier reflexión requiere? ¿De qué, y cómo, podemos pensar, hablar y debatir si las palabras que utilizamos ya no son lo que eran? ¿Qué palabras usar si las que usamos ya dejaron hace tiempo de ser palabras para convertirse en la materia prima de la cadena de producción de espejismos? ¿Nadie responde ante la ley por el delito de dejar que las empresas se apropien de las palabras para después abusar de ellas, maltratarlas, denigrarlas, explotarlas para finalmente exponerlas como carnaza en sus discursos, panegíricos y declaraciones públicas? ¿Alguien va a denunciar a las empresas por el expolio semántico? ¿Cómo repensar el mundo si las palabras que necesitamos han perdido su esplendor y son sólo ya rehenes complacientes de los negocios? ¿No es un crimen el abandono de las palabras en la boca equivocada, es decir, en la boca que sólo tiene hambre de poder? ¿Qué hacemos ahora que las palabras ya no son palabras?

Ya sé que el talento no sabe, que el talento es sólo una palabra. También lo son liderazgo, cultura, valores, innovación, compromiso, desarrollo, éxito… Son inocentes las palabras hasta que no lo son. Y dejan de serlo cuando su sentido nos arrebata el nuestro, y dejan así de ser o inocentes o palabras o ambas cosas a la vez.
Las palabras que dejan de ser palabras son sólo componentes de un encantamiento; en este caso, el de los negocios. Es cierto también que nada las mata mejor que su inutilidad y desuso, pero conviene ser optimistas y pensar que quizá, sólo quizá, pegándoles un tiro podamos liquidar algunas de ellas en el momento de su máximo apogeo. ¡Que se chinchen, ahora que se sienten intocables!
Talento apesta. Está en todos los sitios y de todas las maneras posibles. Millones de posiciones han incorporado el talento como función o responsabilidad; miles de puestos llevan la palabra en su nombre; áreas enteras se dedican al talento en sus tres modalidades del todo vale: adquisición, atribución y detección; hay unidades de negocio internacionales abocadas al talento; proliferan empresas dedicadas en exclusividad a su búsqueda o desarrollo; están en las declaraciones estratégicas de las multinacionales, y en las frases lapidarias de los Amancio Ortegas del califato digital de los negocios. Y peor aún: está en todas las conversaciones sociales, políticas, familiares, profesionales e íntimas. Cada individuo cree poseer talento, y lo expone al mundo sin rubor como si ese pedacito de virtud fuera un salvoconducto para encumbrar la autobiografía. De este modo, la ubicuidad del talento pudiera hacernos creer que es fácil eliminarla disparando al alimón. Pero no. Talento es rápido como rayo de Luna, que diría el indio Cara Cortada, y lo mismo está que no está. Lo mismo parece estar en todos los sitios y en todas las personas, que de pronto nada de nada, ni en un dónde ni en un quién.
La reivindicación del propio talento nos ha llevado a desfigurar nuestro lugar en la sociedad y nos ha lanzado a una carrera de todos contra todos que demuestra sin ambages que todos los participantes cuentan con todo menos con talento, puesto que no se requiere más que una pizca de talento para renunciar a esa carrera.
LA REIVINDICACIÓN DEL PROPIO TALENTO NOS HA LLEVADO A DESFIGURAR NUESTRO LUGAR EN LA SOCIEDAD Y NOS HA LANZADO A UNA CARRERA DE TODOS CONTRA TODOS
Las empresas necesitan personas valiosas para sus objetivos, personas que desplieguen el comportamiento requerido para alcanzar el resultado. Nada más. Eso no es talento, sino valía. Pero si al basurero le llamamos corredor de Bolsa, y al jefe de electricistas le llamamos team leader de los chispas, no pasa nada si a cualquier empleado obediente y resolutivo le decimos que rezuma talento por todos los poros de su piel (blanca, mayoritariamente).
Los dos verbos con los que accionamos el talento reflejan la estupidez de este asunto: atribuir y detectar. El juego al que te somete esta disyuntiva es cuando menos divertido: te pueden atribuir talento sin tenerlo; o puedes tenerlo aunque nadie, ni tú, lo detecte; hay quien además de tener talento, se lo conceden y los hay que ni una cosa ni la otra o las dos a la vez.
Como se ve, atribuir talento significa otorgar algo a una persona. Por el contrario, detectar talento significa que éste se encuentra en el interior, como un diamante, pero no se sabe en el interior de quién, lo que obliga a explorar. En el primer verbo, el talento se concede como un título; y en el segundo, se descubre como un diamante. En el primero el talento es creado, y en el segundo es descubierto. En el primero, la dirección del juego va de fuera adentro; sin embargo, en el segundo cambia la dirección del juego, yendo de dentro afuera. Así, en el primero, el símil del talento es la comida; y en el segundo, de dentro afuera, el símil del talento es el pedo. En el primero, el talento entra en tu vida; y en el segundo, tu talento ve la luz.
Lo mismo que le ocurre a talento en las organizaciones le ocurre a cualquier otra palabra al tocar suelo empresarial: dejan de ser lo que eran. Y visto que siempre es así, ¿No es ya hora de prohibir el terrorismo verbal en las empresas? ¿Debiera ser delito la verborrea? ¿Es necesario solicitar autorización para matar a líder, liderazgo, liderar y a toda su parentela? ¿Podemos obligar, por una cuestión de salud pública, a que las frases rimbombantes se autodestruyan después de tres mil visualizaciones en la red? ¿Cómo es que nadie se ha propuesto seriamente volar por los aires las palabras que abarrotan las empresas? ¿Cuántos años te caen por poner un bombazo en el corazón de un discurso empresarial? ¿Es delito secuestrar palabras? ¿No es hora ya de secuestrar la palabra Liderazgo y pedir un cuantioso rescate por su liberación, a sabiendas de que la sociedad no sabe ya vivir sin la dichosa palabrita? Y una vez pagado el rescate, ¿culminamos la acción con el tiro de gracia? El tiro de gracia y la gracia del tiro son expresiones que se acoplan perfectamente en este suceso redentor. O quizá mejor, ¿no es hora ya de liberar a todas las palabras del maltrato al que son sometidas en las organizaciones? Me temo que es demasiado tarde.

No hay marcha atrás. Talento, liderazgo, innovación, compromiso, desarrollo, valores, etc. merecen morir porque ya no son palabras, porque ya no son lo que son. El talento no es talento, ni la innovación, innovación; y qué decir de liderazgo, o compromiso, o valores, o desarrollo. La libertad individual merma cuando creemos que las palabras que utilizamos son palabras. Y la sociedad languidece cuando se comunica con palabras que ya no son palabras. Hemos sucumbido al hechizo de los negocios, que van disponiendo de definiciones más rentables para conceptos como vida, inteligencia, sueño, bondad o amor. Los sueños que nos mantienen vivos están impregnados de palabras que ya no son palabras. Cuando piensas y hablas con palabras que ya no son palabras, dejas de hablar aunque sigas hablando, y dejas de pensar aunque sigas pensando.


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