martes, 21 de febrero de 2017

LA FAMILIA REAL ESPAÑOLA

Carlos A. Trevisi

Un reinado surgido de la nada como el que heredó el Rey Emérito, Juan Carlos de Borbón, no es más que un invento franquista. Si hubo de buscarse en el pasado algún antecedente ancestral, los borbones fueron un pobre ejemplo a seguir, pero era lo que había más a mano. Esto no obstante, al actual Rey no habría reproches que hacerle: es un hombre capaz, moderado, abierto, abarcativo, que habla varias lenguas y tiene en su esposa una mujer sobria e inteligente que acompaña y hasta me atrevería a decir que participa en su gestión.
Así como su padre mostró algunas actitudes ajenas a las que eran de esperarse que exhibiera por el cargo que ostentaba y aptitudes más orientadas a la vida social que a la política, el Rey actual mantiene un perfil sobrio sin excesos de ningún tipo: es un hombre que hace vida de familia que se releja en las formas que sostienen sus hijas para con él: lo comparten con toda naturalidad.

Con todo, su reinado incluye dos infantas, sus hermanas, que dadas las circunstancias que imperan en el mundo actual son irrelevantes “funcionales” en un ámbito que difiere enormemente de aquél  en el que solían moverse sus pares “far away and long ago” cuando se les conseguía un marido según fuera necesario para los intereses  de la corona.
Una de ellas, de la que se sabe poco como no sea que está divorciada, no tiene presencia en los medios; la otra, casada con un tal Urdangarín, destacado deportista que jugaba al balón mano, aparece a diario en todos los medios por los delitos cometidos por su marido y de los cuales, aunque no haya sido responsable, no está exenta de culpas pese a haber alegado que su marido se ocupaba de todo y ella no sabía lo que firmaba.  

Habiéndose terminado el juicio, con cargos de prisión para Urdangarín y exención de culpas para la infanta ( que ya no lo era –no podía aspirar al cargo sucesorio que le habría cabido al habérsele incoado el juicio-) se ha comenzado a hablar de devolverle el título de Infanta de España.
Una vez más caeremos en el error de confundir la ley con los valores que encierra la ética  a la que deben apuntar los que representan a las instituciones. Aunque la ley la exima de culpa la relación que debe guardar con la ciudadanía no puede enturbiarse con una postura que afecte el prestigio de la Casa Real, bastante tocado ya por el Rey emérito.

Acaso si profundizáramos más en el tema de la Corona sería de decirse que no tiene mucho sentido seguir sosteniendo la parafernalia que encierra. Y vaya el comentario más allá de este desgraciado suceso de la ex infanta; se trata de otra cosa: en un mundo que ha dejado atrás los “porque” se va imponiendo cada vez más el mundo de los “para qué”. 

Ahí habría que apuntar

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