viernes, 15 de mayo de 2015

EL ODIO

por Carlos A. Trevisi

Se odia desde la incapacidad de amar.
Los trastornos afectivos que nacen de la angustia de no poder satisfacer nuestras necesidades básicas, unido al hecho de que  este mundo del sálvese quien pueda nos trastorna al no poder llevar a cabo los proyectos que impulsan a una vida mejor más acorde con nuestra forma de  ser, terminan imputando a los que sí lo han logrado, haciéndolos culpables del desaguisado de nuestra propias vidas.

Una educación que omite lo actitudinal como recurso para la convivencia, el desapego a los valores que han sido tradicionalmente factor de unidad -la familia- , la pérdida de un afán creativo, tampoco logrado por la impartición de una educación de almacenamiento de datos antes bien que investigativa, y las nuevas tecnologías que nos atomizan a extremos que ya se denuncian como factores determinantes del ostracismo en el que vamos cayendo millones de personas, nos impulsan, ante la falta de logros personales,  a reflexionar.

Los hechos demuestran, que no todos cabemos en este mundo. Están los que no llegan a “ser” porque no logran su afán por “tener”; los que han logrado 
tener sin “ser” y lastran sus vidas y la de los demás con egoísmo, y los que no son  porque no  han visto la realidad tal cual es  sino como ellos se la imaginaban.

Desgraciadamente prima el tener. En su interés por acumular riqueza algunos pierden de vista al prójimo. En esa pérdida de reconocimiento el prójimo desata su odio. No admite sino culpas ajenas. Se siente aplastado, vituperado. No admite que ha perdido la senda de ser solo porque sigue viviendo en un mundo que ya no existe; no se ha dado cuenta de que carece de la capacitación necesaria, tal la velocidad del cambio; que no ha aceptado el desafío por su escasa voluntad, de su decrepitud intelectual, de su falta de comprensión de una nueva forma de vida que ya no le regala nada y de la que no es responsable: el poder lo ha aniquilado, le ha quitado la imaginación para salir adelante.

Es entonces, ante esta falta de salida que se le ofrece, que comienza a odiar. No tiene nada, no progresa, no sabe qué hacer con sus hijos, con su vida, se pone violento, exterioriza su desencanto y furia hiriendo a los más allegados, sobre todo a aquellos que han logrado sobrevivir (no digo tener éxito, solo sobrevivir); se junta con otros desgraciados que carecen de fuerza para salir adelante, se consuela ante la falta de salida repudiando a todo el mundo.

A diferencia del mundo que ha quedado atrás, donde el peligro era la escasez –la falta de lo necesario para salir adelante enfrentaba a la gente entre sí  y donde la miseria ponía a la gente en común- no había nada para nadie-, ahora, al habernos atomizado, ya no hay puesta en común, no hay con quién coincidir para recrear nuevas circunstancias que nos permitan salir adelante. Se rompe toda la estructura que sostenía nuestras vidas y no tenemos a quién acudir.
La desesperación se hace con nosotros y el odio comienza a primar 


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