viernes, 26 de julio de 2013

EL ACCESO AL DESARROLLO

por Benito Gorgonio de Miguel
(del Consejo de Gobierno de la Sociedad Internacional para el Desarrollo)

El acceso al desarrollo.
De qué se trata

Estamos convencidos de que la Visión del mundo desarrollado (en general, el “Norte”) acerca de cómo  encarar el acceso al Desarrollo desde los países subdesarrollados (en general, el “Sur”), adolece a la vez de astigmatismo y miopía, es decir, está sensiblemente distorsionada.

Nos parece que esa distorsión tiene origen en que sus formuladores son distinguidas personalidades del mundo desarrollado (el “Norte”), que dan por resuelto el núcleo duro de la cuestión del Desarrollo: producir la sinergia política, económica, social y cultural que permita resolver el conflicto, produciendo el “salto cualitativo” que caracteriza el acceso al estadio desarrollado.
Al situarse directamente en ese estadio (que corresponde a su propia realidad histórica), distinguen claramente importantes cuestiones no resueltas, tales como derechos humanos (sobre todo de minorías), migraciones, medio ambiente, género, nacionalismos, adicciones, terrorismo, etc., que los afectan crecientemente, aunque seguramente las encauzarán más temprano que tarde. Adicionalmente, dada la buena conciencia que caracteriza a tales distinguidas personalidades, observan certeramente las innumerables lacras propias del subdesarrollo: hambre, desnutrición, hacinamiento, insalubridad, ausencia de justicia, desamparo social, en fin, valor casi nulo para la vida humana, lacras que se suman a las cuestiones no resueltas mencionadas más arriba.
Llegados a este punto, es donde se produce un error de diagnóstico que arrastra todas las acciones consecuentes: se adopta un diagnóstico global y se elaboran, con recursos humanos, técnicos y científicos de primer nivel, acciones que responden a estrategias también globales. Como mínimo, sostenemos que son necesarios diagnósticos diferenciados para el Norte y para el Sur; más aún (y de ahí lo de “mínimo”), en el Sur parece necesario particularizar todavía más, distinguiendo formaciones capitalistas (aunque periféricas) de otras que apenas pueden caracterizarse como pre capitalistas.

Señalaremos sin demoras los rasgos principales que debiera reunir la Visión desde el Sur, junto con la descripción de la Misión que se desprende de la misma.
Ante todo, aparece el obstáculo que representa la diversidad de concepciones acerca del Desarrollo (incluida la negación de la misma que postula, desde una más que justificada desesperación, la muy estimada intelectual del África Oriental, Rasna Warah). Sin embargo, ese obstáculo puede salvarse mediante un artificio intelectual: postulemos para las sociedades del Sur el acceso a un estadio caracterizado por un conjunto mínimo de calidades de vida. Estamos hablando de alimento, vestido, habitación, salud, educación, cultura, esparcimiento, jubilación, seguros, justicia, seguridad pública, alta empleabilidad, vacación reparadora, retribución suficiente, todas ellas dentro de un marco de libertades políticas y derechos humanos, que les permitan auto determinarse y tener chances razonables de construir su propio futuro. Esta es la Visión.

Observemos que en los países subdesarrollados, el Sistema Establecido se articula con su similar mundial para sostener un sistema general de relación y funcionamiento, que lleva directamente a la desintegración nacional de esos países. Esa fuerza objetiva de disgregación se fortalece con la inercia cultural producto de siglos de subdesarrollo.
La colisión entre el impulso al Desarrollo, que es auténticamente tal cuando integra, con la fuerza de disgregación, es inevitable. Entonces, la Misión se perfila naturalmente: resolver la contradicción “Desintegración/Desarrollo” mediante una síntesis superadora de impronta nacional.

Para asumir la Misión, necesitamos identificar los elementos imprescindibles para su realización. En primer lugar, un Gobierno nacional consciente del “qué hacer” y en posesión plena de todas las capacidades del Estado. Su protagonismo es insustituible, pues el desarrollo ha sido nacional o no ha sido, y nada hace suponer una posibilidad distinta. Ese protagonismo es reclamado por la naturaleza del conflicto a afrontar y por la conmoción cultural que conlleva: implica un verdadero “esfuerzo de guerra” para las sociedades que lo encaran y también una brutal confrontación de intereses, de la misma dimensión y complejidad que requiere una guerra externa. Todas las fuerzas de la Nación deben ser pivoteadas por el Gobierno a cargo del Estado Nacional, a partir de un nivel crítico de conciencia y de un gran acuerdo de naturaleza esencialmente política, aunque se verifica prácticamente en el terreno económico. Pero establecer un Gobierno de esas características exige la elaboración de una propuesta integradora probada reiteradamente, la articulación de una coalición política adecuada que la instale en la opinión pública y la utilice como tractor para recorrer el camino electoral que posibilite y legitime el acceso al gobierno, así como cuadros de gobierno en cantidad y calidad suficientes.
En segundo lugar, un Sistema Establecido renovado, capaz de intermediar tanto ante la comunidad nacional como la internacional, viabilizando una labor de Gobierno necesariamente compleja. A tales efectos, necesitamos incorporar elementos que no están, desechar otros tantos y recuperar todos los posibles.

En síntesis, se trata de un conjunto de grandes labores que articuladas constituyen un proyecto de desarrollo marco. La gestión de la realización de todas estas grandes labores es inconcebible sin un instrumento “ad hoc”, diseñado a propósito, con la estructura, los procedimientos y la imprescindible conciencia de su misión.

Aspiramos y exortamos a la construcción de la organización capaz de asumir esa gestión, encarnando ese instrumento y, a la vez, modificándose en función de aquella misión. Resulta difícil imaginar labores más importantes y apasionantes para quienes tienen la voluntad y decisión necesarias para trabajar en una “organización para el desarrollo”, sin sujeción facciosa alguna y sin otro objetivo que el “desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre”. Sus características en tanto organización “ad hoc” merecen ser tratadas por separado en un memo complementario del presente.

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Nota del autor: Abundar en Medida de la contribución de la cultura al bienestar humano.
Los indicadores culturales del desarrollo:
por Terry Mckinley

Economista especializado en desarrollo humano, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Oficina para la Política del Desarrollo, División para el Desarrollo Social y para la Erradicación de la Pobreza, Nueva York (Estados Unidos).

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