miércoles, 18 de noviembre de 2015

RATZINGER DEJA EL PAPADO .Especulaciones de por entonces acerca de quién podría sucederlo.

Comentario de Carlos A. Trevisi
Aunque no sea noticia y los hechos posteriores concedan el Pontificado a Francisco, valgan algunas reflexiones que se tejieron por entonces acerca de quien podría suceder a Ratzinger.

***

La "vieja guardia" anhela la "agonía televisada" de Juan Pablo II
Las corrientes conservadora y progresista de la Iglesia difieren en su análisis del gesto papal
(José Manuel Vidal)- Después de la sorpresa, surge la polémica. La renuncia del Papa, como todo en la Iglesia, se ve y se enjuicia de diversa forma según el lugar desde el que se contemple. Y es que la cruz, el símbolo del cristianismo, tiene dos palos: El vertical que une a Dios con los hombres y representa la espiritualidad, y el horizontal que hermana a los hombres entre sí y representa el compromiso por la justicia.




CARTA ENCÍCLICA: CARITAS IN VERITATE DEL SUMO  PONTÍFICE BENEDICTO  XVI

A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
A TODOS LOS FIELES LAICOS
Y A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD SOBRE EL DESARROLLO HUMANO  INTEGRAL
EN LA CARIDAD Y EN LA VERDAD

INTRODUCCIÓN
1. La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» 

JOSÉ GRAU / MADRID . El cardenal Casper declara a la Radio Vaticana que se «cambia la manera de ver el Papado, se desacraliza en cierto sentido»

Pegado de <http://www.abc.es/>

¿Contará el nuevo Pontífice con la opinión de Joseph Ratzinger? ¿Cuál será su relación?
(Jesús Bastante).- Cuando dentro de algo más de un mes, desde el balcón de las bendiciones de la basílica de San Pedro del Vaticano, salga un hombre, el hombre, la Iglesia católica tendrá un nuevo Papa, el 266 de la historia oficial. A su lado, tal vez, su antecesor, Benedicto XVI-Joseph Ratzinger. Por primera vez desde que la designación de un Pontífice se realiza en la Capilla Sixtina, el Papa y su antecesor cohabitarán en el mismo lugar, lo que desata multitud de dudas, un sinfín de preguntas, y más de un desafío para la institución.

Honesto, íntegro y encantador en el trato personal; tímido, huidizo y con dificultades para dirigir
(José I. González Faus).- Honesto, íntegro y encantador en el trato personal; tímido, huidizo y con dificultades para dirigir. Capaz también de una encantadora ironía sutil, que debió reprimir cuando comenzó a ponerse capisayos. La timidez le hizo actuar demasiado duramente cuando tuvo que hacer de "inquisidor"; su sensibilidad le volvió más afable cuando pasó a ser pastor.



  • La renuncia del Papa, ¿una rendición frente a la oscura maquinaria de poder vaticana?
    (José Arregi).- La Iglesia vuelve a ser espectáculo, no buena noticia. Y así seguiremos en los próximos meses. ¡Qué pena en un mundo tan necesitado de consuelo y esperanza! Es humano que un papa anciano y enfermo se retire a un monasterio de clausura para dedicar sus últimos años a disfrutar en paz orando, leyendo, escuchando música y tocando el piano. Pero ¿no es también una dejación haberse retirado sin antes saldar de una vez las pesadas cuentas del papado ante la Iglesia y la historia?


  1. Relaciones homosexuales, luchas de poder y chantajes en la Curia pudieron estar detrás de la renuncia de Benedicto XVI
  2. El cardenal Darmaatmadja renuncia a asistir al cónclave
  3. El ex fiscal del Vaticano afirma que Ratzinger actuó contra Maciel pese a la oposición de parte de la Curia
  4. El cardenal Lehmann pide públicamente el acceso de la mujer al sacerdocio
  5. El cardenal Dolan, interrogado durante tres horas por medio millar de casos de abusos a menores en Milwaukee
  6. "Benedicto XVI ha hecho una limpieza en el episcopado"
  7. El cardenal O'Malley gana enteros entre los "papables"
  8. Los obispos alemanes autorizan la píldora del día después en caso de violación
  9. La CEE no convoca rueda de prensa con el ministro de información del Papa
  10. Jubilado, el papa cobrará 2.500 euros
  11. La maquiavélica jugada de Don Angelo
  12. Los sacerdotes vascos piden que un nuevo Concilio permita el acceso de la mujer al sacerdocio
  13. El Papa dejará a su sucesor la solución al conflicto con los lefebvrianos
  14. La renuncia del Papa, ¿una rendición frente a la oscura maquinaria de poder vaticana?
  15. Deja la Curia, Pedro


La protección de los sacerdotes acusados de pederastia y la corrupción en el Vaticano afloran en la despedida del pontífice

Jesús llamó “ladrones” y “asesinos” a sumos sacerdotes y senadores
“Con la que está cayendo”, como dice la gente, seguir callados es un delito
(José María Castillo).- El otro día, en el Congreso de los Diputados, la representante de la plataforma Stop Desahucios, Ana Colau, les dijo en su cara a nuestros gobernantes, que son unos "criminales". Así, con todas sus letras. Por eso yo me pregunto: ¿No tendría que estar ya entre rejas una mujer que, en un sitio así, se atreve a proferir semejante insulto a quienes son los legítimos gobernantes de este país? ¿Se puede insultar impunemente? ¿Se puede ofender hasta ese extremo a nuestras supremas autoridades?


¿POR QUÉ LO QUE NOS PASA?

 Cuatro ideas sueltas  acerca del Mundo Occidental
(Inspiradas en un artículo del Wall Street Journal, por Mark Steyn)
Wednesday, January 4, 2006 12:01 a.m. EST

Carlos A. Trevisi, Fundación E.M.Trevisi

It's the Demography, Stupid 
The real reason the West is in danger of extinction. 
…Western world will not survive this century

En varios artículos de nuestra Web  señalo que la civilización se ha hecho con la cultura. La civilización es apenas la segunda línea de la verdad y sólo puede abordar temas secundarios: algunos definitivos –las guerras que ha llevado a cabo- y otros referidos a las gentes: todos los derechos que antes no se reconocían: el trabajo de la mujer, los homosexuales, etc. que afectan definitivamente a los individuos pero son irrelevantes a los efectos de la perdurabilidad del sistema; es más, hasta podría decirse que lo debilitan.
La civilización  occidental vino de la mano del capitalismo. El capitalismo se ha caracterizado por asumir la prosperidad a partir del beneficio que deriva de la posesión de bienes  en detrimento del crecimiento personal del  hombre, y no tomes esto como una declaración de principios contra el capitalismo; es lo que hay. El hombre ha sido instrumentalizado por el capitalismo sólo en dos de sus cuatro vertientes básicas: su inteligencia y su voluntad. La capacidad para  amar del hombre no serviría a los propósitos del capitalismo: el que ama está siempre en el otro y escasamente en las cosas; tampoco serviría su potencialidad para ser libre porque lo haría sospechoso;  los sistemas de producción son escasamente homeostáticos porque podrían  desbalancearse y sucumbir.
Esto no obstante, al hombre había que darle una satisfacción. Una de las primeras fue inventar la letrina y más tarde el “water” para que pudiera  deponer sentado (en realidad para evitar que el cólera los exterminara –con la consiguiente pérdida de la productividad-,  hacinados como estaban en los barracones de la Inglaterra de la Revolución industrial. Una de las últimas, hacerle creer que un obrero –un funcionario, un empleado, un maestro- también tiene derecho a tener un BMW. Y el problema no radica en que no le asista  ese derecho - ¿por qué no habría de tenerlo?- sino que ese derecho vino a desplazar su otro gran derecho: el de una vida interior que le permita discernir las calidades de lo que se le ofrece para simplemente rechazarlo si va en contra de sus armonías o más simplemente, de sus necesidades. Hay films que muestran esta exacerbación: desde Tiempos modernos de Chaplin, hasta una película italiana: “La clase obrera también va al paraíso”.

The challenge for those who reckon Western civilization is on balance better than the alternatives is to figure out a way to save at least some parts of the West.

Esta claro que a nadie podría ocurrírsele que un periódico del sistema esté fuera del sistema. Y el sistema es inclemente.  Desde dentro es evidente que hay que hay que salvar “at least some parts of the West”. Pero visto desde arriba –no digo desde la vereda de enfrente, digo desde arriba, sin apasionamiento- ¿qué hay para salvar? Seamos objetivos: no será que lo que queremos salvar es eso mismo que dos líneas más abajo el autor califica de “impulsos secundarios”?: la salud garantizada para todos, licencia por paternidad, igualdad de derechos para las mujeres, derechos para las minorías,  etc.? Porque si queremos salvar los hechos derivados de los “impulsos primarios, menudo jaleo.
  1. Defensa nacional. Pocas veces ha podido justificarse qué significa eso de la “defensa nacional” como no sea con largos discursos que justifican la compra y más compra de armas a los que las producen, ejes del sistema financiero paralelo que desatan guerras y matan gente que los políticos capitalizan en nombre de la democracia y de la libertad. A esta altura de la guerra de Irak me estoy empezando a preguntar de dónde sale todo el dinero que hace falta para montar los coches bomba que matan cientos de iraquíes por semana.  No podré olvidar nunca que el primer Nobel que recibió la Argentina, en la persona de Saavedra Llamas, fue el de la PAZ  por haber contribuido a la solución pacífica de los… En el campo de batalla en el que se habían masacrado bolivianos y paraguayos aparecieron armas de fuego –concretamente fusiles Máuser- con el escudo del Ejército Argentino, Saavedra Lamas, Ministro de Guerra, mediante.
  2. La familia. Así como el capitalismo ha ido derivando hacia su optimización a través de una cada vez más ajustada productividad, la familia ha derivado inversamente. Como la “producción” de la familia no puede medirse en bienes, sino en personas, bien podría decirse que está a punto de cerrar sus puertas: no va más. Para colmo,  la escasa producción de “personas” es de muy baja calidad. Su educación, ídem. Estamos criando una generación autista cuyos individuos viven las contradicciones entre lo que debe de ser y lo que es en realidad, y optan por una diagonal donde los espacios y los tiempos que habitan recuerdan a aquella gran película “La naranja mecánica”
  3. La fe. Se han perdido los patrones religiosos que prestaban apoyo a la vida. Más allá de lo que significaran “per se”, la ciudadanía los asumía como normativos. La Iglesia Católica, en su pertinaz retorno a un pasado medieval, ha caído víctima del mundo que ayudó a construir: desde la misma jerarquía, cuando Pio XII felicitó a Franco por la “victoria católica” en la Guerra Civil, cuando un obispo argentino, Colinos, bendijo las armas que se empuñarían los militares en la insólita Guerra de Las Malvinas, cuando Pio Laghi –ahora en el Vaticano- negociaba con la dictadura de Videla jugando al tenis con el ex-almirante Massera, o cuando el Papa releva , hace apenas unos días, y “por razones de edad”, al arzobispo de EEUU que había zanjado una acusación de abuso sexual pagando medio millón de dólares ; o, simplemente desde la inclemencia moral de curas de barrio, que han abusado de niños a su cuidado y abochornado con supercherías a las gentes simples; o desde la misma feligresía, enmohecida en una fe de “do ut des”, que se prestó a cerrar los ojos ante tanto agravio. Todos ellos perdieron de vista, el Papa incluido, la felicidad de ser en Cristo, de ser en el hermano. Optaron por un mundo monológico donde “las cosas” tomaron el lugar del “tú” y del “vosotros”; eligieron "por" el hombre en lugar de dar a elegir "al" hombre: le quitaron libertad, le imposibilitaron el encuentro con los demás; lo sustrajeron de la verdad, lo distrajeron de la misericordia y de la entrega. Lo dejaron vacío. Juan Pablo II antes de morir era  un esperpento,  la imagen de la decrepitud, un personaje para multitudes adocenadas, un papa multimedia al que millones veíamos por televisión sin ilusión ni afecto; apenas con lástima. Los meses anteriores a su muerte se ofreció como redentor, se martirizaba y flagelaba; ya no podía  hablar, ni caminar, ni leer, ni mirar de frente. Han aparecido religiones sustitutas por todas partes. En USA no hay cristiano que no crea en el infierno, que no rece dos y tres veces por día, que no tenga una Biblia a mano y , sin embargo, aprueba la guerra, vota por la guerra.
  4. El duelo.  Así como a una cierta edad los seres humanos tenemos que asumir la pérdida de vitalidad y para no caer en ridículo entramos en duelo –que no es otra cosa más que asumir la totalidad de las nuevas circunstancias de decrepitud que se nos vienen encima,  el Mundo Occidental no ha sabido hacer el duelo. Y es una lástima porque el mundo seguirá existiendo y lo sufrirán nuestros hijos que padecerán las contradicciones del recitado de valores en desuso con las mentiras al uso de las circunstancias.

Y eso es todo. Me atengo simplemente a la introducción del artículo que motivó estos dolientes comentarios: Most people reading this have strong stomachs, so let me lay it out as baldly as I can: Much of what we loosely call the Western world will not survive this century, and much of it will effectively disappear within our lifetimes, including many if not most Western European countries


miércoles, 11 de noviembre de 2015

LOS VALORES

Carlos A. Trevisi

Valores
(En Allá vamos, chicos! por Carlos A. Trevisi)

Llamaremos "valores" a aquellas virtudes capaces de generar efectos deseables. El amor, la entrega, la belleza, la justicia, la amistad, la misericordia son valores inapreciables en la medida en que satisfacen necesidades y proporcionan bienestar. (1) Entendemos por conocimiento la acción de aprehender la interioridad de las cosas, la relación que guardan entre sí y su manejo.
El tema de los valores autorizaría una taxonomía que se ha valido de ellos como punto de partida de un deber ser casi siempre empañado por circunstancias que dificultan o inhiben su aplicación. No es nuestra intención clasificar valores. Nuestro interés pasa por el desfavorecimiento que padecen, atribuible, sobre todo, a un enfoque didáctico-pedagógico desactualizado que insiste en su transmisión a partir de patrones en los que anidan grandes contradicciones. Respecto del conocimiento abordaremos su importancia en la ecuación enseñar-aprender en el ámbito de la educación sistemática.
Se podrá decir que el aporte del amor poco tiene que ver con la ley de Boyle-Mariotte o con el general San Martín. Sin embargo, sólo es así cuando la famosa ley o San Martín son un dato en el proceso de enseñanza-aprendizaje, cuando se los enseña como mero ejercicio de la memoria, como dato. Cuando la enseñanza se orienta hacia lo actitudinal, cuando hemos ayudado a nuestros alumnos a descubrir el valor de ser críticos, comunitarios, abiertos, dialógicos; cuando han aprehendido el valor de la voluntad, del amor, de la inteligencia y de la libertad, descubrirán por sí mismos algo más que el mero formuleo matemático o las campañas militares del prócer argentino: asociarán a San Martín con el esfuerzo, la lucidez, el coraje, la entrega, la modernidad, y la ley con la precisión y la constancia de sus descubridores; se adentrarán en los datos a partir de las circunstancias históricas de tiempo y espacio en que suceden, la plataforma científico-técnica a partir de la cual se dan, el medio socio-económico que las autoriza y mil detalles más.
Habrán descubierto a quienes han encarnado esos valores. Entonces sí abor-darán el dato: ya habrá suscitado  interés; ya querrán saber quién pudo haber juntado cinco mil gauchos rotosos para cruzar la cordillera. 
El  mundo necesita hombres consustanciados con la realidad que les toca vivir, tan compleja como no lo ha sido jamás. Y no basta con relacionarse con ella, hay que salirle al encuentro. Y muy bien pertrechados.  (3)
Contrariamente a lo que sucede normalmente durante la primera etapa de la vida, que autoriza búsquedas que desacatan el llamado de la realidad, de pronto, gracias a un ejercicio intelectual y volitivo que nunca cesa, uno descubre que es la realidad la que nos convoca, haciéndonos actuar en respuesta a sus estímulos. Anonadado, uno ve, entonces, que las cosas cobran una grandeza que antes jamás tuvieron. Su brutal presencia nos lanza a la aventura de penetrarlas hasta abrasarnos en ellas.   
Sólo una necesidad personal profunda puede motivarnos a abordar la realidad. Y abordar la realidad es penetrarla profundamente. Ese fuego que nos lleva a ver las cosas más allá de lo que denotan exige un arsenal de saberes y una gran armonía para reconocer hasta dónde podemos llegar. Para esto es imprescindible haber visto el mundo y haberse visto uno mismo para insertarse en él. El proceso es lento y la senda ríspida. No hay enciclopedia que nos lo explique, no hay ideología que nos arrope. Hace falta  poder de observación y capacidad de análisis. El punto de partida puede ser un pieza literaria, una obra de teatro, un cuadro, una película...  Acaso el Quijote cuando habla de la “razón de la sinrazón” (tan aplicable a estos momentos históricos cuando nos apartamos de las esencias y quedamos atrapados en las circunstancias); o “El 2 de mayo” de Goya (4) que connota mucho más que lo que denota, de modo que su aprehensión nos abrirá camino hacia una infinidad de nuevos conocimientos y experiencias no necesariamente vinculadas con el arte), o Unamuno (5) en su “Vida de Don Quijote y Sancho”  donde nos hace ver que el único éxito radica en encontrar compañeros de lucha; u Ortega cuando habla de rebeliones, o Nietzsche (6) con su superhombre; o Isaacson cuando, siguiendo a Buber (7), nos revela “la  revolución de la persona”; o viendo una película como “Doce hombres sin piedad” en el que se muestran todas las actitudes que asume un ser humano ante una situación límite; o leyendo a Shakespeare, a Faulkner (8), a Whitman (9), o a John Dos Pasos  (10)  en su “Manhattan Transfer”.  
Ese es el camino, porque en este análisis se aprende a ver el mundo y los  trastornos que se están operando; la escasa resistencia que se opone a la banalidad; la complaciente estupidez de los que se conforman con que les “digan” o simplemente con “oír”; la desvaloración  de palabras como “libertad” o “democracia”; “pobreza”, “guerra”, “muerte”, “vida”, “amor”... o la sacralización de palabras tales como “mercado”, o “competitividad”, o “capital” desoyendo el clamor de los que demandan controles, trabajo y solidaridad; el descubrimiento de que el “optimismo”, esa gracia que nos envuelve sanamente, es vano, y que la “esperanza”, que  exige un marco personal y social fluido que transformen la búsqueda ácida en encuentros, se transforma en mera ilusión.
No podemos abandonar “el mundo de las realizaciones” en manos de los que no “ven”. Hay que hacer un llamado que alerte de aquellos que parcelan la realidad abordándola desde las ideologías, y de los que  se lanzan a la acción sin el “arsenal de saberes”  que es menester,  y sin tener conciencia de los propios límites para saber hasta dónde pueden llegar.
El compromiso que asumimos al “ver” nos obliga a una nueva aventura: desentrañar al hombre mismo para relanzarlo en recuperación de sus adentros y hacerle ver, a pesar de nuestras propias limitaciones y con el ardor que nos provoca sabernos tan lejos y tan cerca de la verdad, tan entregados y tan egoístas, tan sagaces y tan torpes, que el mundo de las realizaciones se sustenta en la prodigalidad de quienes poseen la  rarísima cualidad, que muy pocos pueden ostentar,  de anticiparse a las circunstancias  gracias a un manejo casi perfecto de sus variables y como resultado de una profunda consubstanciación con la realidad; que es imprescindible que aprendan a tejer con precisión su entrecruzamiento y llegar a  conclusiones atribuibles a la fuerza íntima que anima a una perpetua búsqueda.
A eso tenemos que aspirar si queremos realizarnos: a una profunda consubstanciación con la realidad porque de esa manera entenderemos que el saber se logra  creando nuevos espacios  de conocimiento que   se dan cita, arborescentes y  pujantes, multiplicando sus posibilidades de realización; que tenemos que vivir crónicamente, ser capaces  de  responder a la convocatoria de los hechos porque contamos con un bagaje rico en vida, en experiencias, que tiene un punto de partida en el que se asienta una red de intercausalidades que paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, nos va alejando de la diletancia para impulsarnos a la acción.
    
Referencias

(3) Acerca sobre cómo ver la realidad y de cómo acometer realizacio-nes (La realidad está oculta tras la máscara del discurso, en Tendencias 21)

(5) En http://www.lakermese.net/cartonero25.html , “El sepulcro de D. Quijote”, texto completo (prefacio de Vida de Don Quijote y Sancho, por Miguel de Unamuno)

martes, 10 de noviembre de 2015

LAS CAUSAS DEL PROBLEMA DE LOS REFUGIADOS

Vicenç Navarro

Las causas del problema de los refugiados

09nov 2015

Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy en The Johns 
Hopkins University

La gran noticia en Europa estos días es que los refugiados procedentes de Siria y de otros países como Afganistán y Libia, donde hay conflictos militares en los que las fuerzas armadas del Estado Islámico (ISIS) y/o de otros grupos musulmanes como Al Qaeda son considerados como enemigos por los Estados de la OTAN, incluyendo el de EEUU, el del Reino Unido, el 
de Francia, el de Alemania y el de España, entre otros. Esta noticia se 
centra en la necesidad de responder a las necesidades de estos refugiados, haciendo referencia a la importancia de los derechos humanos y a la solidaridad que supuestamente caracteriza a la Unión Europea. Léanse los discursos recientes del Presidente Hollande del gobierno francés o de la Sra. Merkel, canciller del gobierno alemán, y verán constantes referencia 
a la Unión Europea como el punto de referencia de la democracia y del 
apoyo a personas cuya dignidad y bienestar han sido vejados por conflictos
 o regímenes denunciables. Y un tanto parecido ocurre en los discursos
 sobre los refugiados que están realizando los dirigentes del gobierno español presidido por el Sr. Rajoy, uno de los gobiernos europeos más dóciles y serviles en la UE con la política exterior de EEUU y de los 
mayores poderes dentro de esta comunidad político-administrativa.
Y como es predecible, los mayores medios de información españoles
proveen grandes cajas de resonancia a estos mensajes, encaminados a movilizar a la población a favor de la acogida a los refugiados. Ahora bien, estos mismos medios de información y persuasión mantienen un silencio ensordecedor sobre el origen del llamado problema de los refugiados. Y la causa de este silencio es, ni más ni menos, que los mismos gobiernos que están ahora pidiendo ayuda para los refugiados son los mismos (repito, los mismos) gobiernos que crearon las situaciones bélicas de las cuales los refugiados huyen. La situación es semejante a si la misma persona que asesina a los padres de unos niños, luego pidiera ayuda para los huérfanos que ha 
creado con su acto criminal. Y si no se lo cree, mire los datos (que raramente aparecen en tales medios).
¿Quién causó las crisis bélicas que provocaron el problema de los refugiados?
 La primera nota que debe hacerse es que los mayores Estados que han apoyado a Al Qaeda y/o al ISIS (con armas, dinero y otros recursos) han sido –en períodos distintos- los Estados de EEUU, de Francia, de Arabia Saudí, de Qatar, de los países del Golfo y Turquía, así como de otros países de la OTAN (incluyendo España). Veamos los datos, comenzando con el apoyo del gobierno de EEUU (que se inició en 1979) a los fundamentalistas islámicos de Afganistán, incluyendo el dirigente de Al Qaeda, el Sr. Bin Laden, en su intento de luchar contra el comunismo, temerosos de que se estableciera un gobierno comunista en aquel país. Los datos están ahí para toda persona que quiera verlos.
Además de Afganistán, el Estado de EEUU, junto con otros países de la OTAN, ha proveído ayuda a los militantes fundamentalistas islamistas en Bosnia, Kosovo, Libia, el Cáucaso y Siria. En realidad, tal Estado jugó un papel esencial para el derrocamiento de los gobiernos laicos de Afganistán, Irak (con la ayuda de otros Estados, incluyendo el español) y Libia 
(también con la ayuda de otros Estados, incluyendo el español). Y ahora, 
el Estado de EEUU está intentando hacer lo mismo en Siria con el gobierno laico del Sr. Bashar Al-Asad. Cada uno de estos intentos, exitosos en el 
caso de Afganistán, Irak y Libia (y todavía pendiente en el caso de Siria), han creado millones de refugiados, siendo a la vez estas intervenciones la mayor causa del crecimiento de Al Qaeda y del ISIS. Nada menos que el Presidente Obama ha reconocido este hecho, al indicar que “el ISIS es una derivación de Al Qaeda, cuya expansión se debe a nuestra invasión de Irak (que se realizó con la ayuda del gobierno Aznar de España –nota mía añadida-). Ello es un caso claro de las consecuencias inesperadas e indeseadas de nuestras acciones (…) lo cual debería enseñarnos que tenemos que afinar mejor en nuestra visión de un problema antes de comenzar a bombardearlo” (citado en el artículo de William Blum “Are You Confused by the Middle East?”, publicado en ZCommunications, del cual extraigo gran parte de la información citada en este artículo).
Ni que decir tiene que cada uno de los dictadores laicos que estas intervenciones han intentado eliminar no eran santos de mi devoción. 
Ahora bien, el hecho de que fueran dictadores no es la causa de que
fueran atacados por aquellos Estados supuestamente democráticos. Los Estados 
de EEUU y otros Estados miembros de la OTAN y de la UE han apoyado y continúan apoyando a algunos de los dictadores más impresentables que 
hoy existen en el mundo (incluyendo los regímenes feudales de Arabia 
Saudí y Qatar, promocionado este último, por cierto, a través de la 
camiseta del Barça, que solía ser “más que un equipo de fútbol”). La 
razón que ponía a estos dictadores en la lista de “enemigos” era que no 
eran sensibles a los intereses de los poderes de la OTAN y de la UE, que 
los agredían. En el caso de Siria, la hostilidad hacia el régimen de Asad parece deberse a su oposición a que se construya un oleoducto a través 
del territorio sirio que permita a las compañías extractoras de gas en 
Qatar alcanzar Europa, sustituyendo así la dependencia que Europa tiene 
del gas de Rusia en la obtención de dicho producto (citado en el artículo 
de William Blum). Y hoy todos ellos han sido sustituidos (excepto en Siria) por otros gobiernos, incluso peores, dando pie a la expansión del fundamentalismo musulmán y a que millones de personas estén huyendo 
de él, siendo una muestra de estas personas los refugiados que llegan a Europa.

lunes, 9 de noviembre de 2015

VIOLENCIA MACHISTA EN ESPAÑA

Carlos A. Trevisi

Hace apenas dos días –el 7 de noviembre- una multitudinaria manifestación apeló a medidas que pusieran coto a la violencia contra las mujeres.  
Al día siguiente  fueron asesinadas  3 mujeres en manos de sus maridos, amantes o compañeros.

Una vez más los políticos adhirieron.

La pregunta que deberíamos formularnos es si la solución pasa por la ley. A mi edad nunca necesité de la ley y cuando tuve que apelar a ella en defensa de mis derechos las circunstancias políticas imperantes las habían abolido.
Me pregunté entonces la relación que guardan las leyes con la justicia, cómo nacen aquéllas y el desamparo en el que caemos cuando reclamamos la segunda.   

Así como no arreglaremos el vil comercio de las drogas hasta que no desaparezcan los paraísos fiscales que son la fuente financiera que las sostienen,  tampoco resolveremos el problema de la violencia sobre las mujeres –ni el de sus asesinatos, ni el de las razones por las que cobran un 20% menos que los hombres en idénticas condiciones de trabajo, ni las guerras cuyos responsables políticos terminan impúdicamente pidiendo perdón, ni las hambrunas en el mundo, ni la desocupación, ni la subalimentación de nuestros españolitos , ni…

Aunque morigerada por el tiempo, todos aquellos que por su estado de pobreza espiritual –no importa si pobres o ricos, cada cual en el ámbito en el que se mueve- han dejado que sus vídas se penetren de egoísmo perdiendo de vista la otredad.  El ego-me-mei rige por doquier. La ley solo puede reprimir lo que atente contra la puesta en común, contra la convivencia,  pero de ahí a lograr  que el hombre aspire a su plenitud es una entelequia.

La ley no es el camino;  es apenas la que rige un estado de cosas en un momento y en un lugar determinado; es producto de la civilización, del poder que impone un sistema sobre el que el hombre no tiene capacidad decisoria.

El camino es la educación que no es precisamente saber cuánto mide el Tajo o cómo resolver el binomio suma al cuadrado: es convertir a uno igual a todos los demás en uno igual a si mismo con afanes de conocimiento, capaz de amar, y con voluntad de ser uno mismo estando en los demás.

Si entendiéramos que éste es el camino otro sería el cantar: los políticos asumirían (o no. dado el escaso nivel intelectual que los anima) que las reformas educativas que  proponen -puramente de forma- no resuelven los problemas que nos aquejan como sociedad.

viernes, 6 de noviembre de 2015

¿QUÉ LO IMPULSA A ENTRAR A ESA CASA?

Por Carlos María Trevisi, desde Buenos Aires

Se abre la puerta principal y comienza a sonar una canción suave en medio del silencio reinante.
El protagonista accede a entrar, aunque mostrando -con sus gestos- cierto reparo.
¿Quién  habrá abierto la puerta? ¿Cómo se habrá abierto si no hay nadie a la vista? ¿Por que se ha sentido atraído por entrar a esa casa? Habiendo vivido en el barrio nunca había reparado en su existencia.
Traspasar el umbral será un paso muy importante en su vida.


Alto y un poco desgarbado, viste un pilotin, una camisa a cuadros, un pantalón color caqui y  un  collar de soga con nudo corredizo alrededor del cuello; lleva consigo  un paraguas estilo inglés.

Por su apariencia  nuestro hombre  se siente libre y sin ataduras;  no es del tipo de hombre comunicativo. 
Superadas sus dudas,  decide entrar a esa extraña casa.
La convicción con la que ha encarado su decisión  lo sorprende; nunca ha sido muy lanzado. Es, mas bien, un hombre con reparos y algo romántico, centrado, como si se bastara a sí mismo.


Ahora, sintiéndose otro hombre, con iniciativas, pasa el umbral de la casa, e ingresa en ella.
Percibe un olor que le recuerda el pasado. Un pasado que hubo de transcurrir en alta mar, cuando fue grumete de un barco de la Marina Mercante de Singapur. 


Le llama la atención que  haya cuadros, como si la casa  perteneciera a un artista;  se nota que han sido pintados por la misma persona.

También hay muñecos,  muchos y extraños muñecos, de las más variadas formas y colores.
El olor con el que la casa le dio la bienvenida persistía. Recordó entonces que era el mismo olor de unos muebles de madera rojiza, que tenía el barco en el que navegó por el  Índico, allá por los años ochenta.
De frente, en la sala, un cuadro representa una marina. Al observarla con detenimiento, ve un faro que destella,  pausadamente, una luz blanca.
Un escalofrío involuntario le corre por su cuerpo. Cientos de voces le llegan a su mente.

Se inquieta.
Cuando estuvo embarcado,  había tenido lugar un naufragio que lo había marcado mucho: ninguno de los 50 marineros que iban a bordo de un pesquero ilegal perteneciente a la flota China había sobrevivido.


Centra toda su atención  en aquel cuadro, que por momentos parece que tuviera vida; hasta cree escuchar el sonido del mar.
Se acerca al cuadro, no obtiene respuesta.
De repente, se siente observado. Piensa: ¿serán los muñecos que me dan la bienvenida? Otra vez  lo invaden las primeras dudas: ¿"quién me abrió la puerta para  entrar?  Y luego la segunda duda : "cómo se abrió de no haber alguien que la hubiera abierto?


Se dice que los hombres de mar son solitarios y conviven con fantasmas imaginarios durante toda su vida. Circunstancias poco comunes vividas en alta mar los hacen grandes relatores de hechos que -en realidad- nunca pasaron o, si tuvieron lugar, no fueron tan extraordinarias.
Este hombre, no era una excepción a la regla, pero le pesaba la carga de aquel naufragio del barco chino en el que le cupo la culpa de una  inacción que el tiempo no borraría. 

Cuando se quiso dar cuenta, la puerta de calle, estaba cerrada. No sintió que estaba impedido de salir, porque en realidad estaba a gusto dentro de la casa, que lo acogía con cierta calidez.
Como buen marinero, su amuleto lo acompañaba siempre: el collar de soga con nudo marinero del tipo ORZA.
Mientras recorría la sala con su mirada, siempre su vista enfocaba el cuadro de la marina y el faro. ¿Se sentía atraído? Ahora, a su sensaciones, se les agregaba un sonido; lejano al principio pero luego cercano, casi ensordecedor. Era el mar, un mar agitado con vientos que azotaban la cubierta del barco.


Por momentos creyó oír voces, en un idioma desconocido para él.
Recordó con  culpa  y 
hasta con vergüenza el egoísmo de su participación en el rescate de los marineros víctimas del naufragio. Como grumete, estaba encargado de los botes salvavidas de estribor. Cuando sonó la alarma con el pedido de auxilio de aquel barco pesquero chino, nuestro hombre estaba dormido, inconsciente. Su adicción a la bebida siempre había sido su grave enemigo. Mil recuerdos acudieron a su mente, acaso porque nunca había superado su deleznable actitud en el rescate de los naufragos. ¿Que pueden importar 50 chinos embarcados en un buque pesquero ilegal? 

Había un capítulo de su vida sin cerrar que comenzó a atormentarlo


Pasa de la sala al comedor de la casa. Notablemente perturbado, busca sentarse. Lo logra. A su derecha lo observa un muñeco, sus ojos achinados  lo sorprenden. Una fuerza poco común le impide levantarse del sillón. No le queda otra que entregarse a su conciencia. No puede apelar a la ayuda de nadie.


El collar de soga blanco con el nudo ORZA, comienza a cerrarse lentamente sobre su cuello.
Cada segundo que pasa son cientos de recuerdos de aquella fatídica noche en alta mar a bordo del buque mercante.


Mantiene en su mano izquierda el paraguas con el que había entrado a la casa. El muñeco lo observa impávido. Lo voltea  de un paraguazo.  Desde el suelo, el muñeco lo seguía mirando. El nudo ORZA continuaba su trabajo. 
La música suave con la que fue recibido, comenzó a sonar nuevamente.
Las luces de la casa se fueron apagando, al igual que la vida de nuestro personaje.  Atraído por sus propios fantasmas del pasado,  gracias a la mano de un artista que supo reflejar desde una marina la venganza de  50 chinos  a los que él no supo o no quiso socorrer, se fue entregando hasta un último suspiro que dejó su conciencia en paz .




¿DÓNDE VAS SUDACA?

por Carlos A Trevisi

“Vengo a buscar la vida”.
De baja estatura, ojos vivaces, achinados; pelo duro, recto; de piernas cortas, fuertes.
Y se vienen nomás. No sé ni cómo consiguen  los dólares para venir, pero se vienen. Y llenan el metro madrileño de carnavalitos y de melancolías andinas. Responden a la naturaleza: quieren ser.

Traen la frescura  del hombre nuevo. Del que no sabe, pero intuye, del que puede y no lo dejan; del que sufre pero sonríe.

Del conquistador.

Son un aire renovador, como el pampero, que riñe con el moho de la humedad instalada; un dinamismo que asalta y perturba la tranquilidad del que ha llegado, del que eructa la satisfacción de sus logros.

No todos se vienen. Muchos siguen allá. Pero no impávidos. Los que no pueden irse se quedan y pelean. Pelean contra los políticos mentirosos, partidócratas alcahuetes, que cuando asumen van a rezar al Machu Pichu vestidos de poncho, pero se visten de traje oscuro para ir a recibir el mandato  de otros dioses más exigentes, menos contemplativos, que se alzan en un olimpo de dineros y explotaciones, de mentiras y sometimientos.

Y entonces explota Arequipa.
Y el Machu Pichu sonrie desde su verdad permanente. 



martes, 3 de noviembre de 2015

DESPUÉS DEL ALMUERZO (Cuento de Julio Cortázar)


Después del almuerzo

[Cuento. Texto completo.]

Julio Cortázar


Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en seguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de paseo.
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se queda un poco atrás con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de que iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y brillaban.
Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por tener que salir con él, porque me pasó la mano por la cabeza y después se agachó y me dio un beso en la frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo.
-Para que te compres alguna cosa -me dijo al oído-. Y no te olvides de darle un poco, es preferible.
Yo la besé en la mejilla, más contento, y pasé delante de la puerta de la sala donde estaban papá y mamá jugando a las damas. Creo que les dije hasta luego, alguna cosa así, y después saqué el billete de cinco pesos para alisarlo bien y guardarlo en mi cartera donde ya había otro billete de un peso y monedas.
Lo encontré en un rincón del cuarto, lo agarré lo mejor que pude y salimos por el patio hasta la puerta que daba al jardín de adelante. Una o dos veces sentí la tentación de soltarlo, volver adentro y decirles a papá y mamá que él no quería venir conmigo, pero estaba seguro de que acabarían por traerlo y obligarme a ir con él hasta la puerta de calle. Nunca me habían pedido que lo llevara al centro, era injusto que me lo pidieran porque sabían muy bien que la única vez que me habían obligado a pasearlo por la vereda había ocurrido esa cosa horrible con el gato de los Álvarez. Me parecía estar viendo todavía la cara del vigilante hablando con papá en la puerta, y después papá sirviendo dos vasos de caña, y mamá llorando en su cuarto. Era injusto que me lo pidieran.
Por la mañana había llovido y las veredas de Buenos Aires están cada vez más rotas, apenas se puede andar sin meter los pies en algún charco. Yo hacía lo posible para cruzar por las partes más secas y no mojarme los zapatos nuevos, pero en seguida vi que a él le gustaba meterse en el agua, y tuve que tironear con todas mis fuerzas para obligarlo a ir de mi lado. A pesar de eso consiguió acercarse a un sitio donde había una baldosa un poco más hundida que las otras, y cuando me di cuenta ya estaba completamente empapado y tenía hojas secas por todas partes. Tuve que pararme, limpiarlo, y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando. No quiero mentir, en realidad no me importaba tanto que nos miraran (que lo miraran a él, y a mí que lo llevaba de paseo); lo peor era estar ahí parado, con un pañuelo que se iba mojando y llenando de manchas de barro y pedazos de hojas secas, teniendo que sujetarlo al mismo tiempo para que no volviera a acercarse al charco. Además yo estoy acostumbrado a andar por las calles con las manos en los bolsillos del pantalón, silbando o mascando chicle, o leyendo las historietas mientras con la parte de abajo de los ojos voy adivinando las baldosas de las veredas que conozco perfectamente desde mi casa hasta el tranvía, de modo que sé cuándo paso delante de la casa de la Tita o cuándo voy a llegar a la esquina de Carabobo. Y ahora no podía hacer nada de eso y el pañuelo me empezaba a mojar el forro del bolsillo y sentía la humedad en la pierna, era como para no creer en tanta mala suerte junta.
A esa hora el tranvía viene bastante vacío, y yo rogaba que pudiéramos sentarnos en el mismo asiento, poniéndolo a él del lado de la ventanilla para que molestara menos. No es que se mueva demasiado, pero a la gente le molesta lo mismo y yo comprendo. Por eso me afligí al subir, porque el tranvía estaba casi lleno y no había ningún asiento doble desocupado. El viaje era demasiado largo para quedarnos en la plataforma, el guarda me hubiera mandado que me sentara y lo pusiera en alguna parte; así que lo hice entrar en seguida y lo llevé hasta un asiento del medio donde una señora ocupaba el lado de la ventanilla. Lo mejor hubiera sido sentarse detrás de él para vigilarlo, pero el tranvía estaba lleno y tuve que seguir adelante y sentarme bastante más lejos. Los pasajeros no se fijaban mucho, a esa hora la gente va haciendo la digestión y está medio dormida con los barquinazos del tranvía. Lo malo fue que el guarda se paró al lado del asiento donde yo lo había instalado, golpeando con una moneda en el fierro de la máquina de los boletos, y yo tuve que darme vuelta y hacerle señas de que viniera a cobrarme a mí, mostrándole la plata para que comprendiera que tenía que darme dos boletos, pero el guarda era uno de esos chinazos que están viendo las cosas y no quieren entender, dale con la moneda golpeando contra la máquina. Me tuve que levantar (y ahora dos o tres pasajeros me miraban) y acercarme al otro asiento. «Dos boletos», le dije. Cortó uno, me miró un momento, y después me alcanzó el boleto y miró para abajo, medio de reojo. «Dos, por favor», repetí, seguro de que todo el tranvía ya estaba enterado. El chinazo cortó el otro boleto y me lo dio, iba a decirme algo pero yo le alcancé la plata y me volví en dos trancos a mi asiento, sin mirar para atrás. Lo peor era que a cada momento tenía que darme vuelta para ver si seguía quieto en el asiento de atrás, y con eso iba llamando la atención de algunos pasajeros. Primero decidí que sólo me daría vuelta al pasar cada esquina, pero las cuadras me parecían terriblemente largas y a cada momento tenía miedo de oír alguna exclamación o un grito, como cuando el gato de los Álvarez. Entonces me puse a contar hasta diez, igual que en las peleas, y eso venía a ser más o menos media cuadra. Al llegar a diez me daba vuelta disimuladamente, por ejemplo arreglándome el cuello de la camisa o metiendo la mano en el bolsillo del saco, cualquier cosa que diera la impresión de un tic nervioso o algo así.
Como a las ocho cuadras no sé por qué me pareció que la señora que iba del lado de la ventanilla se iba a bajar. Eso era lo peor, porque le iba a decir algo para que la dejara pasar, y cuando él no se diera cuenta o no quisiera darse cuenta, a lo mejor la señora se enojaba y quería pasar a la fuerza, pero yo sabía lo que iba a ocurrir en ese caso y estaba con los nervios de punta, de manera que empecé a mirar para atrás antes de llegar a cada esquina, y en una de esas me pareció que la señora estaba ya a punto de levantarse, y hubiera jurado que le decía algo porque miraba de su lado y yo creo que movía la boca. Justo en ese momento una vieja gorda se levantó de uno de los asientos cerca del mío y empezó a andar por el pasillo, y yo iba detrás queriendo empujarla, darle una patada en las piernas para que se apurara y me dejara llegar al asiento donde la señora había agarrado una canasta o algo en el suelo y ya se levantaba para salir. Al final creo que la empujé, la oí que protestaba, no sé cómo llegué al lado del asiento y conseguí sacarlo a tiempo para que la señora pudiera bajarse en la esquina. Entonces lo puse contra la ventanilla y me senté a su lado, tan feliz aunque cuatro o cinco idiotas me estuvieran mirando desde los asientos de adelante y desde la plataforma donde a lo mejor el chinazo les había dicho alguna cosa.
Ya andábamos por el Once, y afuera se veía un sol precioso y las calles estaban secas. A esa hora si yo hubiera viajado solo me habría largado del tranvía para seguir a pie hasta el centro, para mí no es nada ir a pie desde el Once a Plaza de Mayo, una vez que me tomé el tiempo le puse justo treinta y dos minutos, claro que corriendo de a ratos y sobre todo al final. Pero ahora en cambio tenía que ocuparme de la ventanilla, que un día alguien había contado que era capaz de abrir de golpe la ventanilla y tirarse afuera, nada más que por el gusto de hacerlo, como tantos otros gustos que nadie se explicaba. Una o dos veces me pareció que estaba a punto de levantar la ventanilla, y tuve que pasar el brazo por detrás y sujetarla por el marco. A lo mejor eran cosas mías, tampoco quiero asegurar que estuviera por levantar la ventanilla y tirarse. Por ejemplo, cuando lo del inspector me olvidé completamente del asunto y sin embargo no se tiró. El inspector era un tipo alto y flaco que apareció por la plataforma delantera y se puso a marcar los boletos con ese aire amable que tienen algunos inspectores. Cuando llegó a mi asiento le alcancé los dos boletos y él marcó uno, miró para abajo, después miró el otro boleto, lo fue a marcar y se quedó con el boleto metido en la ranura de la pinza, y todo el tiempo yo rogaba que lo marcara de una vez y me lo devolviera, me parecía que la gente del tranvía nos estaba mirando cada vez más. Al final lo marcó encogiéndose de hombros, me devolvió los dos boletos, y en la plataforma de atrás oí que alguien soltaba una carcajada, pero naturalmente no quise darme vuelta, volví a pasar el brazo y sujeté la ventanilla, haciendo como que no veía más al inspector y a todos los otros. En Sarmiento y Libertad se empezó a bajar la gente, y cuando llegamos a Florida ya no había casi nadie. Esperé hasta San Martín y lo hice salir por la plataforma delantera, porque no quería pasar al lado del chinazo que a lo mejor me decía alguna cosa.
A mí me gusta mucho la Plaza de Mayo, cuando me hablan del centro pienso en seguida en la Plaza de Mayo. Me gusta por las palomas, por la Casa de Gobierno y porque trae tantos recuerdos de historia, de las bombas que cayeron cuando hubo revolución, y los caudillos que habían dicho que iban a atar sus caballos en la Pirámide. Hay maniseros y tipos que venden cosas, en seguida se encuentra un banco vacío y si uno quiere puede seguir un poco más y al rato llega al puerto y ve los barcos y los guinches. Por eso pensé que lo mejor era llevarlo a la Plaza de Mayo, lejos de los autos y los colectivos, y sentarnos un rato ahí hasta que fuera hora de ir volviendo a casa. Pero cuando bajamos del tranvía y empezamos a andar por San Martín sentí como un mareo, de golpe me daba cuenta de que me había cansado terriblemente, casi una hora de viaje y todo el tiempo teniendo que mirar hacia atrás, hacerme el que no veía que nos estaban mirando, y después el guarda con los boletos, y la señora que se iba a bajar, y el inspector. Me hubiera gustado tanto poder entrar en una lechería y pedir un helado o un vaso de leche, pero estaba seguro de que no iba a poder, que me iba a arrepentir si lo hacía entrar en un local cualquiera donde la gente estaría sentada y tendría más tiempo para mirarnos. En la calle la gente se cruza y cada uno sigue viaje, sobre todo en San Martín que está lleno de bancos y oficinas y todo el mundo anda apurado con portafolios debajo del brazo. Así que seguimos hasta la esquina de Cangallo, y entonces cuando íbamos pasando delante de las vidrieras de Peuser que estaban llenas de tinteros y cosas preciosas, sentí que él no quería seguir, se hacía cada vez más pesado y por más que yo tiraba (tratando de no llamar la atención) casi no podía caminar y al final tuve que pararme delante de la última vidriera, haciéndome el que miraba los juegos de escritorio repujados en cuero. A lo mejor estaba un poco cansado, a lo mejor no era un capricho. Total, estar ahí parados no tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún comentario a otro, o se pegaban con el codo para llamarse la atención. Al final no pude más y lo agarré otra vez, haciéndome el que caminaba con naturalidad, pero cada paso me costaba como en esos sueños en que uno tiene unos zapatos que pesan toneladas y apenas puede despegarse del suelo. A la larga conseguí que se le pasara el capricho de quedarse ahí parado, y seguimos por San Martín hasta la esquina de la Plaza de Mayo. Ahora la cosa era cruzar, porque a él no le gusta cruzar una calle. Es capaz de abrir la ventanilla del tranvía y tirarse, pero no le gusta cruzar la calle. Lo malo es que para llegar a la Plaza de Mayo hay que cruzar siempre alguna calle con mucho tráfico, en Cangallo y Bartolomé Mitre no había sido tan difícil, pero ahora yo estaba a punto de renunciar, me pesaba terriblemente en la mano, y dos veces que el tráfico se paró y los que estaban a nuestro lado en el cordón de la vereda empezaron a cruzar la calle, me di cuenta de que no íbamos a poder llegar al otro lado porque se plantaría justo en la mitad, y entonces preferí seguir esperando hasta que se decidiera. Y claro, el del puesto de revistas de la esquina ya estaba mirando cada vez más, y le decía algo a un pibe de mi edad que hacía muecas y le contestaba qué sé yo, y los autos seguían pasando y se paraban y volvían a pasar, y nosotros ahí plantados. En una de esas se iba a acercar el vigilante, eso era lo peor que nos podía suceder porque los vigilantes son muy buenos y por eso meten la pata, se ponen a hacer preguntas, averiguan si uno anda perdido, y de golpe a él le puede dar uno de sus caprichos y yo no sé en lo que termina la cosa. Cuanto más pensaba más me afligía, y al final tuve miedo de veras, casi como ganas de vomitar, lo juro, y en un momento en que paró el tráfico lo agarré bien y cerré los ojos y tiré para adelante doblándome casi en dos, y cuando estuvimos en la Plaza lo solté, seguí dando unos pasos solo, y después volví para atrás y hubiera querido que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo, que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía Encarnación.
Pero esas cosas se pasan en seguida, vimos que había un banco muy lindo completamente vacío, y yo lo sujeté sin tironearlo y fuimos a ponernos en ese banco y a mirar las palomas que por suerte no se dejan acabar como los gatos. Compré manises y caramelos, le fui dando de las dos cosas y estábamos bastante bien con ese sol que hay por la tarde en la Plaza de Mayo y la gente que va de un lado a otro. Yo no sé en qué momento me vino la idea de abandonarlo ahí; lo único que me acuerdo es que estaba pelándole un maní y pensando al mismo tiempo que si me hacía el que iba a tirarles algo a las palomas que andaban más lejos, sería facilísimo dar la vuelta a la pirámide y perderlo de vista. Me parece que en ese momento no pensaba en volver a casa ni en la cara de papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría hecho esa pavada. Debe ser muy difícil abarcar todo al mismo tiempo como hacen los sabios y los historiadores, yo pensé solamente que lo podía abandonar ahí y andar solo por el centro con las manos en los bolsillos, y comprarme una revista o entrar a tomar un helado en alguna parte antes de volver a casa. Le seguí dando manises un rato pero ya estaba decidido, y en una de esas me hice el que me levantaba para estirar las piernas y vi que no le importaba si seguía a su lado o me iba a darle manises a las palomas. Les empecé a tirar lo que me quedaba, y las palomas me andaban por todos lados, hasta que se me acabó el maní y se cansaron. Desde la otra punta de la plaza apenas se veía el banco; fue cosa de un momento cruzar a la Casa Rosada donde siempre hay dos granaderos de guardia, y por el costado me largué hasta el Paseo Colón, esa calle donde mamá dice que no deben ir los niños solos. Ya por costumbre me daba vuelta a cada momento pero era imposible que me siguiera, lo más que quería estar haciendo sería revolcarse alrededor del banco hasta que se acercara alguna señora de la beneficencia o algún vigilante.
No me acuerdo muy bien de lo que pasó en ese rato en que yo andaba por el Paseo Colón que es una avenida como cualquier otra. En una de esas yo estaba sentado en una vidriera baja de una casa de importaciones y exportaciones, y entonces me empezó a doler el estómago, no como cuando uno tiene que ir en seguida al baño, era más arriba, en el estómago verdadero, como si se me retorciera poco a poco; y yo quería respirar y me costaba, entonces tenía que quedarme quieto y esperar que se pasara el calambre, y delante de mí se veía como una mancha verde y puntitos que bailaban, y la cara de papá, al final era solamente la cara de papá porque yo había cerrado los ojos, me parece, y en medio de la mancha verde estaba la cara de papá. Al rato pude respirar mejor, y unos muchachos me miraron un momento y uno le dijo al otro que yo estaba descompuesto, pero yo moví la cabeza y dije que no era nada, que siempre me daban calambres, pero se me pasaban en seguida. Uno dijo que si yo quería que fuera a buscar un vaso de agua, y el otro me aconsejó que me secara la frente porque estaba sudando. Yo me sonreí y dije que ya estaba bien, y me puse a caminar para que se fueran y me dejaran solo. Era cierto que estaba sudando porque me caía el agua por las cejas y una gota salada me entró en un ojo, y entonces saqué el pañuelo y me lo pasé por la cara y sentí un arañazo en el labio, y cuando miré era una hoja seca pegada en el pañuelo que me había arañado la boca.
No sé cuánto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo. A la mitad de la subida me caí, pero volví a levantarme antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la carrera entre todos los autos que pasaban por delante de la Casa Rosada. Desde lejos vi que no se había movido del banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar al banco, y me tiré como muerto mientras las palomas salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con ese aire que toman para mirar a los chicos que corren, como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para oírme yo mismo y sentirme todavía más contento, porque con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las palabras no las escuchaba o se hacía el que no las escuchaba. Por suerte esta vez no se encaprichó al cruzar las calles, y el tranvía estaba casi vacío al comienzo del recorrido, así que lo puse en el primer asiento y me senté al lado y no me di vuelta ni una sola vez en todo el viaje, ni siquiera al bajarnos: la última cuadra la hicimos muy despacio, él queriendo meterse en los charcos y yo luchando para que pasara por las baldosas secas. Pero no me importaba, no me importaba nada. Pensaba todo el tiempo: «Lo abandoné», lo miraba y pensaba: «Lo abandoné», y aunque no me había olvidado del Paseo Colón me sentía tan bien, casi orgulloso. A lo mejor otra vez... No era fácil, pero a lo mejor... Quién sabe con qué ojos me mirarían papá y mamá cuando me vieran llegar con él de la mano. Claro que estarían contentos de que yo lo hubiera llevado a pasear al centro, los padres siempre están contentos de esas cosas; pero no sé por qué en ese momento se me daba por pensar que también a veces papá y mamá sacaban el pañuelo para secarse, y que también en el pañuelo había una hoja seca que les lastimaba la cara.

lunes, 2 de noviembre de 2015

JULIO CORTAZAR: CASA TOMADA

Comentario  al pie
Julio Cortázar
(1914-1984)
Casa tomada
(Bestiario, 1951)

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.


Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.


Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
—¿Estás seguro?
Asentí.
—Entonces —dijo recogiendo las agujas— tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.


Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas quetanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
—No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
—Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.


(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
—Han tomado esta parte —dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
—¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? —le pregunté inútilmente.
—No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.


Comentario de Carlos A. Trevisi
Hacía años que venía leyendo  a Cortázar cuando Alfonsín se negó a recibirlo. Me fastidió, pero no me llamó la atención. Me empujó a profundizar un poco más en el escritor y a menoscobar la capacidad de Alfonsín. 
Descubrí entonces que la patria, concepto normalmente unido a la tierra, las tradiciones y una forma de ser a la que la gente se siente íntimamente ligada, no es otra cosa que la lengua que hemos heredado. Mi patria es la lengua que hablo cotidianamente porque es la que resume mis vivencias de otrora: mis amores, mis  recuerdos, mis alegrías, mis trispezas y los espacios  vividos que ya no existen pero permanecen en mis adentros. Es además lo que me distingue de otros hispanohablantes.
Es algo que no puedo tirar a la alcantarilla.